Estamos viviendo unos días de gran intensidad espiritual y litúrgica. Finalizando el mes de María hemos vivido la solemnidad de Pentecostés el pasado domingo: Cristo glorificado a la derecha del Padre nos envía el Don del Espíritu Santo para guiarnos a la verdad completa; este jueves hemos celebrado el sacerdocio de Jesucristo, pues Él ha entrado en el santuario del cielo con la ofrenda de su vida como sacerdote eterno que nos ha abierto el camino hacia el Padre. Mañana será el Domingo de la Trinidad, que sintetiza el misterio de nuestra fe. Nuestra oración hoy puede ser un saborear en el Corazón de la Virgen tantos dones y gracias y pedirle que nos introduzca en el misterio del Amor trinitario.
“Orad movidos por el Espíritu Santo y manteneos así en el amor de Dios, aguardando a que la misericordia de nuestro Señor Jesucristo os dé la vida eterna”. Esta frase del apóstol San Juan en la primera lectura nos muestra la novedad de la oración cristiana, que es una oración trinitaria. El maestro de nuestra oración es el Espíritu Santo que habita en nuestros corazones. En Él nos dirigimos al Padre y nos sentimos hijos amados de Dios, unidos a Jesús que se ha hecho hombre para participar de nuestra misma carne y sangre.
Unas palabras de Benedicto XVI en el Ángelus del Domingo de la Trinidad del pasado año, nos van a ayudar a conocer mejor la belleza del misterio de Dios uno y trino y a desear vivir en el amor de Dios, como nos decía San Juan:
“Hoy contemplamos la Santísima Trinidad tal como nos la dio a conocer Jesús. Él nos reveló que Dios es amor "no en la unidad de una sola persona, sino en la trinidad de una sola sustancia" (Prefacio): es Creador y Padre misericordioso; es Hijo unigénito, eterna Sabiduría encarnada, muerto y resucitado por nosotros; y, por último, es Espíritu Santo, que lo mueve todo, el cosmos y la historia, hacia la plena recapitulación final. Tres Personas que son un solo Dios, porque el Padre es amor, el Hijo es amor y el Espíritu es amor. Dios es todo amor y sólo amor, amor purísimo, infinito y eterno. No vive en una espléndida soledad, sino que más bien es fuente inagotable de vida que se entrega y comunica incesantemente” (Benedicto XVI).
Nadie mejor que María para enseñarnos a vivir esta verdad central de nuestra fe que debe empapar nuestra oración y convertirnos en personas llenas de amor a Dios y al prójimo. Ella es hija predilecta del Padre, Madre de Dios Hijo y esposa del Espíritu Santo. Ella fue la primera persona que experimentó el amor de los Tres en la Encarnación, cuando el Padre la cubrió con su sombra y la virtud del Espíritu Santo encarnó en su seno al Hijo de Dios. María, morada de la Trinidad, nos enseña a recogernos en nuestro interior y a vivir el gozo de la inhabitación de la Trinidad en nuestra alma. El P. Morales nos invita a ver en María el modelo de nuestra unión con Dios en la vida cotidiana:
En el momento presente, la Virgen sondea con reverencia y amor los abismos de la Trinidad. Sin éxtasis en la tierra, sin visión beatífica, sin conocimiento al modo angélico, Ella vive apacible en la intimidad de las Tres personas divinas en la pura fe. Una fe luminosa, totalmente alumbrada por los dones del Espíritu Santo… Nada sobresale al exterior. Sólo la fidelidad sencilla, la sencillez fiel de una mujer aldeana. Pasa inadvertida. A ninguno de los que la conocen se le ocurre señalarla como Madre de Dios, Corredentora del mundo, Reina de los ángeles y del universo. Es el modelo de las almas sencillas cuya sola grandeza reside en lo interior.