En el Evangelio de hoy San Marcos nos relata la respuesta de Jesús y su actitud, frente a la petición de los Apóstoles de obtener favores. Jesús reacciona diferenciadamente: a los que le pidieron privilegios les predice una muerte solidaria con la suya, ése será su honor; -y por cierto que Santiago y Juan mueren mártires-. A los que se indignaron, les propone el servicio al hermano como camino mejor para el discípulo.
Nosotros no somos distintos de los apóstoles, en estos temas. A veces nos sentimos molestos por los avances de los demás, simplemente porque no hemos sido los que hemos dado ese paso, o no se nos ha tenido en cuenta para determinadas tareas o proyectos.
Si de alguna forma nos sentimos retratados en la actitud de los primeros discípulos de Jesús, la reacción del Señor y sus palabras nos interpelan para preguntarnos en la intimidad de nuestra conciencia y en presencia de Dios, ¿qué razones nos llevan a ser nosotros hoy discípulos de Jesús?
Jesús aprovecha la ocasión para enseñarles que en su Reino el que quiere ser el primero debe ser el servidor de todos, es decir, lo contrario a los criterios del mundo. Ese modo de ser el primero es el servicio a la comunidad, un servicio que supone una vocación y un carisma del Espíritu.
En la Iglesia hay algunos que por vocación eligen servir a la comunidad desde una entrega total, y otros, reciben ese servicio y sirven, a su vez a otros más necesitados que ellos. En la persona de Jesús encontramos el modelo para aprender a gobernar. No gobierna bien el que manda solamente, - aunque es propio del gobernante el mandar -, sino fundamentalmente el que sirve y da la vida como Jesús. Jesús en el Evangelio da muchos ejemplos de la autoridad como servicio, pero la referencia mayor de su modo y estilo de gobernar la tenemos en la misma cruz.
Recordándonos la insólita petición de esos discípulos hermanos y la airada reacción de los restantes, el Evangelio nos lo advierte: quien se mantiene junto a Cristo, no puede esperar de Él favores extraordinarios o éxitos momentáneos; de quien es cristiano sólo se puede esperar lo que ya cumplió su Maestro, la entrega de su vida en favor de los demás. El sacrificio personal y el servicio desinteresado es lo que nos hace verdaderos seguidores de Jesucristo, como María, la Virgen Madre, modelo de entrega generosa al Señor y de servicio a los demás.
¿No nos evoca todo esto el mensaje -enseñanza de Abelardo, ahora que tenemos reciente su homenaje, en el pórtico del II Encuentro Laicos en Marcha? Subir bajando..., ganar perdiendo..., gozar sufriendo..., morir amando..., Virgen de Gredos escondida..., manos vacías y llenas del Amor de Dios...
Miremos ahora a la Iglesia: la Iglesia está en primera línea en el servicio a los marginados socialmente (drogadictos, enfermos de SIDA, emigrantes, niños abandonados...). La Iglesia está en primera línea en la ayuda eficaz, por más que sea pequeña, a los países que sufren calamidades naturales, o el terrible flagelo de la guerra. Está en primera línea en el servicio al hombre, sobre todo al hombre indefenso, defendiendo con vigor y constancia los derechos fundamentales del ser humano, particularmente el derecho más fundamental como es el de la vida. La Iglesia está en primera línea en la promoción y defensa de los valores humanos y cristianos. Para servir hay que sufrir. ¡Y cuántos mártires han sellado con su vida el servicio a los hermanos! Sólo hay que mirar a África, Asia, América, Oceanía y… también en Europa.
La lectura del libro “El siglo de los mártires” de Andrea Riccardi contribuirá a conservar viva la memoria de estos testimonios, y a contemplar y comprender mejor la novedad y la belleza humana del cristianismo.
Oración final: Oh Dios, que en tu providencia admirable has querido asociar a la Virgen María al misterio de nuestra salvación, haz que, fieles a su consejo, pongamos en práctica todo lo que Cristo nos ha enseñado en el Evangelio. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.