12 noviembre 2010, viernes de la XXXII semana de Tiempo Ordinario – Puntos de oración

Primera lectura:

Vamos a saborear en la oración estos textos: “...tengo algo que pedirte... sólo para recordaros el mandamiento que tenemos desde el principio, amarnos unos a otros. Y amar significa seguir los mandamientos de Dios. Como oísteis desde el principio, éste es el mandamiento que debe regir vuestra conducta”. Mantenerse en la enseñanza es amar con un amor que viene de Dios, ya que «el que confiesa que Jesús es el hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios» (1 Jn 4,16), o bien «todo aquel que cree que Jesús es el Mesías ha nacido de Dios» (1 Jn 5,1). Creer y amar están íntimamente entrelazados. La verdadera caridad y la verdadera fe se “retroalimentan” en la vida del cristiano.

También con esta Carta de San Juan vemos que, desde el comienzo, la Iglesia ha vivido un cúmulo de movimientos peligrosos para la Fe auténtica. Una de las preocupaciones de Pablo y también de Pedro y de Juan, es afrontar firmemente las “herejías”, “desviaciones” o “falsas ideas”. Muchos seductores han salido al mundo que no confiesan que Jesucristo ha venido en carne mortal. Lo que se debate es la verdad de la «encarnación» de Dios... «Jesús venido en carne mortal». Los grupos aquí apuntados se han hecho de Dios una cierta idea de orden racional e intelectual, y encuentran chocante la encarnación de Dios. Encontramos aquí la ocasión de renovar nuestra propia fe en este misterio; en el tercer milenio después de Cristo, tenemos que pronunciar: «se encarnó de María Virgen» con mucho afecto y gratitud. Jesús es el único que nos revela al verdadero Dios. A través de la «carne» de Jesús, «poseemos a Dios».

«Yo soy el Camino», decía Jesús. El camino del encuentro con Dios: el Evangelio meditado... la Eucaristía recibida (la Eucaristía es este sacramento, sensible, que comemos para alimentarnos y que nos transforme interiormente) ... también el gesto tan útil de ponerse ante el Sagrario, en silencio... y también descubrir, “des-velar” la Presencia que está detrás del rostro de nuestros hermanos en la calle, en el trabajo, en familia, en los que sufren...

Evangelio:

A medida que el año litúrgico va concluyendo, nuestro sentir espiritual se orienta también hacia una reflexión sobre el «fin» de todas las cosas. Aunque el Señor tarde en llegar, esperémoslo constantemente con gran amor, porque ciertamente Él vendrá con gran poder y majestad; pero no nos quiere encontrar embebidos por las cosas perecederas, sino vigilantes, como el siervo bueno y fiel a quien el Amo puso al frente de su casa. Y que tengamos esta actitud interior en medio de los avatares diarios (trabajo, estudio, relaciones sociales, ocio...) porque hemos puesto nuestra fe y nuestra esperanza en Cristo. Entonces, cuando sea el final, conservaremos nuestra vida eternamente escondida en Dios; ahí donde Cristo nos aguarda después de haber padecido por nosotros.

Esperamos alegres la venida de nuestro Salvador. Él llega a nosotros en cada Eucaristía que celebramos. Contemplando a Cristo llegamos a conocer el amor que Dios nos tiene. Por eso elevamos agradecidos a Él nuestra alabanza y le reconocemos como el Señor de nuestra vida. ¡Ojalá ya alcancemos a interpretar los signos del amor y de la salvación, que Dios nos ha manifestado por medio de su Hijo, hecho uno de nosotros! Aceptarlo a Él y reconocerlo como nuestro Dios, como Camino, Verdad y Vida es no perder la oportunidad de que Aquel que es el esperado como Juez al final del tiempo, llegará para nosotros como Pastor Misericordioso para llevarnos, sobre sus hombros, de retorno a la Casa del Padre.

Oración final:

Porque te has complacido, Señor, en la humildad de tu sierva, la Virgen María, has querido elevarla a la dignidad de Madre de tu Hijo y la has coronado de gloria y esplendor; por su intercesión, te pedimos que, a cuantos has salvado por el misterio de la redención, nos concedas también el premio de tu gloria. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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