Me gustaría comenzar hoy estos puntos de oración con las profecías que Jesús hizo sobre la suerte de Jerusalén, la ciudad santa y su templo.
- Cuando veáis a Jerusalén cercada por ejércitos, sabed entonces que se acerca su desolación. (...) y Jerusalén será pisoteada por los gentiles, hasta que se cumpla el tiempo de los gentiles. (Lucas 21:20-24.)
- Después que Jesús salió del Templo, mientras se alejaba, se acercaron sus discípulos para llamar su atención sobre las construcciones del Templo. Pero él les dijo: ¿Veis todo esto? En verdad os digo que no quedará aquí piedra sobre piedra que no sea derruida. (Mt 24, 1-2).
- ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y lapidas a los que te son enviados; cuántas veces he querido reunir a tus hijos como la gallina a sus polluelos bajo las alas, y no quisiste! He aquí que vuestra casa se os va a quedar desierta. Os aseguro que no me veréis hasta que llegue el día en que digáis: Bendito el que viene en nombre del Señor. (Lc 13, 34-35).
Vayamos ahora a la historia para certificar las palabras del Señor:
- Las facciones radicales judías de Jerusalén estaban totalmente decididas a sacudirse el yugo romano. En el año 66 d.C., Roma envió a las legiones acaudilladas por Cestio Galo, gobernador de Siria. Años más tarde, el año 70 d.C., el general Tito marchó a conquistar Jerusalén y su grandioso Templo.
- Tito exhortó a los judíos a rendir la ciudad a fin de salvar la vida. A continuación, cercó la ciudad con estacas puntiagudas, eliminando la posibilidad de escapar o desplazarse.
- El general romano puso todo su empeño en salvar el Templo. Tanto es así que comenta Favio Josefo «despertaron la irritación no sólo de sus soldados sino también de sus oficiales puesto que, por salvar un templo extranjero causaba daños y perjuicios a sus hombres».
- Finalmente Tito se decidió lanzar un ataque contra la parte exterior del Templo y ordenó incendiar las puertas exteriores de los atrios y entonces, según narra Flavio Josefo, «se propagó rápidamente el fuego a la madera, envolviendo a los pórticos en un mar de llamas.
- Tito ordenó apagar las llamas y abrir una brecha en dirección a las puertas matando a los resistentes y salvando al mismo tiempo la construcción, ya que quería apoderarse del edificio que se había convertido en el núcleo principal de la resistencia.
- «Tito decidió que si los judíos tomaban posiciones en el templo para continuar la resistencia, habría que emplearse a fondo contra las cosas en vez de contra los hombres, pero en ningún caso habría que entregar a las llamas aquella magnífica construcción...»
- El 16 de agosto del año 70, «Tito se retiró a la Torre Antonia, decidido a desencadenar al amanecer un asalto con todos sus efectivos para apoderarse de todas las partes del Templo».
- «Cuando Tito se retiró, los rebeldes, tras una breve pausa, se arrojaron nuevamente contra los romanos y hubo una encarnizada lucha entre los defensores del santuario que intentaban apagar el fuego en la explanada interior».
- «Aquellos (los legionario), tras haber puesto en fuga a los judíos, los persiguieron hasta el interior del Templo y entonces un soldado, sin aguardar órdenes y sin demostrar temor alguno en cometer tan terrible acción, echó mano de una antorcha y, secundado por uno de sus compañeros, la arrojó a través de una ventana dorada que daba a las estancias próximas al santuario en la parte norte».
- «Alguien corrió a avisar a Tito, que se había retirado a su tienda para descansar un poco. Puesto en pie, fue tal y como se encontraba hacia el Templo para intentar dominar el incendio. Lo siguieron todos sus generales, y a éstos les siguieron muy alteradas las legiones, formándose un gran griterío y confusión, como era inevitable en el avance desordenado de fuerzas tan numerosas. Ya con su voz, ya con la mano, César dio orden a los combatientes de apagar el fuego, pero ellos no oían sus palabras, ensordecidos por un griterío cada vez mayor, ni prestaron atención a las señales que les hacía con la mano, enardecidos como estaban en la lucha o arrastrados por el frenesí. Para detener el ímpetu de los legionarios no sirvieron ni requerimientos ni las amenazas, pues todos se dejaron llevar por la furia».
- «De repente, uno de los que habían entrado en el templo, cuando ya César había salido para intentar detener a los soldados, lanzó en la oscuridad una antorcha contra los goznes de la puerta (la del Sancta Sanctorum). Tras la inmediata extensión del fuego hacia el interior, César y sus generales se retiraron y ya nadie impidió a los soldados que estaban fuera propagar el incendio». (Bibliografía: Los Evangelios. Flavio Josefo: La guerra de los judíos. Messori; Padeció bajo Poncio Pilato).
Atilano Alaiz reflexionando sobre estos hechos escribe: “Han sido veinte siglos de exilio, hasta que en 1947 se constituyó el Estado de Israel. Pero la destrucción del pueblo de la antigua Alianza da paso al pueblo de la nueva Alianza. S. Lucas toma a la corrupta Jerusalén como símbolo del mundo del pecado, donde reina la injusticia y la opresión; y de la misma manera que la Jerusalén destruida dio paso a la Alianza nueva, así también nuestro mundo de pecado será destruido y surgirá la nueva Jerusalén, la ciudad de la paz.
“Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora en que el Hijo del hombre ha de venir…” (S. Mt. 25,13).
Estas palabras, también del Señor, ya no son sobre ciudades y templos.., lugares y pueblos.., sino que van dirigidas a todos y a cada uno de nosotros.
¿Cómo las escuchamos…?
¿Hasta que punto las creemos…?
¿Nos damos cuenta de que se pueden cumplir hoy mismo.., o en este instante…?
¿Nos llenas de tristeza.., o nos colman de alegría…?
¿Deseamos la venida del Señor…?
¿Exclamamos constantemente con el autor del Apocalipsis en su último capítulo y su penúltimo versículo: “Amén, Ven, Señor Jesús…”?
“Ayúdanos, Señor, a descubrir tus constantes venidas
en el curso de la historia de cada día y cada hora,
en el hermano que necesita de nuestra ayuda y afecto,
en los hombres y mujeres que sufren y te buscan,
para que, caminando en la esperanza de la nueva tierra,
alcancemos el nuevo cielo en que habita tu justicia y tu santidad…”