“Mi casa es casa de oración” (Is 56, 7) pero vosotros la habéis convertido en cueva de bandidos” (Jer 7, 11)
Con estas dos frases citadas por Cristo en el Evangelio de San Lucas, que hoy nos presenta la liturgia de este día, tenemos marcado el tema para nuestra oración.
Podemos hacernos una pregunta que vaya al fondo de nuestra vida: ¿Mi alma es de verdad casa de oración? ¿O más bien se ha ido convirtiendo en cueva de bandidos?
Le pedimos al Señor ser capaces de expulsar todo aquello que ha profanado nuestro templo personal, nuestra alma. A veces son cosas menudas, pequeñas, pero que repetidas constantemente acaban haciéndose un verdadero obstáculo para nuestra relación con Dios.
La oración requiere ese ejercicio de limpieza permanente para que el templo esté en las verdaderas condiciones. Por eso mismo la oración, guiada por la Palabra de Dios, se convierte también en una llamada de atención sobre nuestra forma de cuidar el culto debido a Dios.
Benedicto XVI en su reciente viaje a España ha insistido de nuevo en que lo central es recuperar la cuestión de Dios.
Eso es lo que queremos hacer hoy en nuestra oración, recuperar la cuestión de Dios y volver a ponerlo en el centro de nuestra vida. Para ello hay que ir quitando todo aquello que estorba o desfigura nuestra relación de criaturas con el Creador.
Os brindo reflexionar en esto dedicando un buen rato a ver qué cosas se han ido colando, consciente o inconscientemente en nuestra vida, que ahora hay que echarlas con látigos y un celo que nos devora por la casa de Dios.
Le pedimos a María, nuestra Madre para que nos haga ver con claridad todo aquello que no está bien y que es necesario renovar.
Santa María, que seamos auténticos adoradores de Dios.