1. Introducción:
Estamos en la última semana del año litúrgico. El domingo pasado celebrábamos la fiesta de Jesucristo Rey. Las lecturas del Apocalipsis nos invitan a la esperanza. El resultado de la lucha entre el mal y el bien está ya decidido. La resurrección de Jesús es el triunfo de toda la Iglesia. Es mi triunfo. El espíritu de este mundo, derrotado, va a ser echado fuera. Veremos a Jesús victorioso venir con gloria invitándonos a participar de su victoria.
Las lecturas de estos días son una llamada a la esperanza y a tener preparada el alma. Hace unos días venía en la lectura del evangelio un pasaje que había leído u oído muchas veces pero que ese día me impresionó (Lc 18,35): un ciego sentado al borde del camino que insiste en llamar a Jesús aunque le regañen los que pasaban a su lado porque molestaba. Y él insiste y logra que Jesús le pregunte que quiere hacer por él. “–Señor, que vea otra vez”. Por lo que se deduce no era ciego de nacimiento pero una enfermedad o accidente le había dejado sin vista. Y Jesús le devuelve la vista y le dice que es su fe la que le ha curado.
En el capítulo 19 del evangelio de San Lucas hemos leído hace pocos días en la liturgia, que Jesús le dice llorando a Jerusalén: “− ¡Si al menos tú comprendieras en este día lo que conduce a la paz! Pero no: está escondido a tus ojos.”
Y Jesús dice esto llorando no sólo ante Jerusalén, sino ante mí que no acabo de ver lo que me conduce a la paz. Quizá lo vi en otros momentos pero ahora puedo estar ciego. Como el ciego que veía pero que dejó de ver. Y por muy seguidor de Jesús que sea, puedo estar ciego como la Iglesia de Laodicea (cf Apoc 3, 14-22) y necesito colirio para ungirme en los ojos y ver. Y lo que me puede llevar a la paz puede estar escondido a mis ojos. Y si me doy cuenta de esto, entonces ya me he dado cuenta de que Jesús pasa a mi lado. Y ahora, a gritar cómo el ciego de Jericó para que no pase de largo.
¿Y donde encuentro yo a Jesús que me puede curar? Debo ponerme por donde pasa Jesús. Y Jesús pasa hoy en la Escritura y en la Liturgia. Y Jesús me quiere cerca y cuando me encuentre cerca me dará el colirio que necesitan mis ojos. Y le tengo cerca, para perdonarme y curarme mi ceguera, sobretodo en el sacramento de la Penitencia, y le encuentro en la Eucaristía.
2. Oración preparatoria hacemos la señal de la cruz y nos ponemos en pie en presencia de Dios. Invocamos la ayuda del Espíritu Santo y rezamos mentalmente la oración preparatoria de Ejercicios: “Señor, que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de tu divina majestad.” (EE 46)
3. Petición: ¡Señor, que vea otra vez!(Lc 18,41)
4. Composición de lugar: imaginar a Jesús que se acerca a mí y me cura.
5. Materia de la oración: contemplar la escena del ciego de Jericó. Si en alguna parte me siento más impresionado, o como dice San Ignacio, “si hallo gracia”, detenerme en ella y repetirla varias veces.
6. Unos minutos antes del final de la oración: Avemaría o salve a la Virgen e invocación: “Santa María Inmaculada, Madre de Dios, ruega por mí, pobre pecador.”
7. Examen de la oración: ver cómo me ha ido en el rato de oración. Recordar si he recibido alguna idea o sentimiento que debo conservar y volver sobre él. Ver dónde he sentido más el consuelo del Señor o dónde me ha costado más. Hacer examen de las negligencias al hacer la oración, pedir perdón y proponer enmienda.