26 noviembre 2010, viernes de la XXXIV semana de Tiempo Ordinario – Puntos de oración

“Cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el reino de Dios”.

Para empezar nuestro momento de oración de hoy destaco unas frases entresacadas de la primera lectura, del libro del Apocalipsis:

“Los que no habían rendido homenaje a la bestia ni a su estatua… Estos volvieron a la vida y reinaron con Cristo”.

Y más adelante:

“Vi un cielo nuevo y una tierra nueva,… y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, enviada por Dios, arreglada como una novia que se adorna para su esposo…”

Son palabras que nos llenan de esperanza, pues, pese a nuestras caídas y miserias, no queremos rendir homenaje “a la bestia ni a su estatua” y Cristo nos regala la vida.

La bestia y su estatua personifican el egoísmo del mundo, el orgullo que impide reconocer a Jesucristo como el verdadero Señor de nuestras vidas, la desconfianza que nos hace dudar de que poniendo nuestras vidas en las manos de Dios seremos realmente libres de toda esclavitud.

Por la infinita misericordia de nuestro Dios nos libramos de esas cadenas, volvemos a la vida, podemos reinar con Cristo. Y somos capaces de descubrir la belleza de la Iglesia, la “nueva Jerusalén”, donde en comunión unos con otros seguimos al Maestro.

Que nuestro corazón ore agradecido: “Dichosos los que viven en tu casa, alabándote siempre”, dice el salmo 83, que recitamos hoy. Y también: “Dichosos los que encuentran en ti su fuerza”.

Ahora bien, para reinar con Cristo es necesario escuchar su voz, descubrir su paso continuo por nuestra vida. De una forma o de otra se dan en ella algunas de las situaciones que con tanto dramatismo narraba el evangelio de ayer. Y nos dice Jesús en el Evangelio:

“Cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el reino de Dios”.

Es decir, que todo aquello que supone en nuestra vida dificultad, problemas, sorpresas, fracasos, pero también alegrías, gozos, esperanza, son “cosas” que nos avisan: “Está cerca el reino de Dios”. Cristo camina con nosotros, no estamos solos. Él está con nosotros

¿Tenemos esa capacidad de percepción de las palabras y los signos de Jesús en nuestra vida? ¿Nos dejamos impresionar, “sacudir”, por ellos? Pidamos a María, siempre a la escucha de la voluntad del Padre, que nos ayude a descubrir, como enamorados, los más pequeños detalles del amor de Dios.

El sentido de la parábola de hoy no es sólo una llamada de atención para descubrir el paso del Señor por nuestra vida. Es también una llamada a prepararnos para su última venida.

Jesús quiere que cada ser humano que entra en contacto con él experimente anticipadamente una especie de fin del mundo, una sacudida interior de tal envergadura que surja en él un nuevo ser, irreconocible, sorprendente; “he venido a traer fuego a la tierra, y cómo deseo que ya arda” (Lc 12,49). Juan el Bautista anunciaba que, después de él, llegaría uno que “bautizaría” con Espíritu Santo y fuego (cf. Lc 3,16).

Pasado mañana empieza el adviento, tiempo litúrgico de especial densidad. Es el momento de avivar el deseo de que el “fuego” de Dios prenda en nosotros, con auténtica disponibilidad a que muera el hombre viejo y nazca el nuevo, el “según Dios”.

Porque, ya lo sabemos, “está cerca el reino de Dios”. Son palabras de Jesús, que también afirma:

“El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán”.

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