Lc 19, 41 – 44
1º.- Al iniciar el rato de oración ponerme en la presencia de Dios pensando ante quien voy a tener esta entrevista. 2º.- Traer a la memoria y al corazón qué es o que quiero tratar para que la imaginación no se disperse en otras cosas. 3º.- Ser consciente de que el Señor me está esperando y deseando tener este encuentro.
Estamos en los últimos días del año litúrgico y la Iglesia nos propone que meditemos algunos temas sobre el final de los tiempos, no como los puede contemplar los que no tiene fe, sino desde la fe que Jesús nos ha regalado.
En este pasaje del evangelio de san Lucas contemplamos a Jesús llorando sobre la ciudad de Jerusalén. Para los autores espirituales, Jerusalén es el símbolo del alma humana, que al igual que las ciudades el alma tiene muchos intereses, pero estos tienen sentido si, en medio de ellos está Dios. Él logra unir lo que está disperso en nuestra vida.
Cristo que ha creado nuestra alma a su imagen, llora sobre las ruinas de esta gran obra de arte. La visión de un alma en ruinas es mucho más triste que las ruinas de una ciudad. El Señor sigue llorando ante tanta ruina de almas y cuerpos que caminan sin saberlo a la perdición. Hoy como en siglo XII a San Francisco de Asís Jesús nos vuelve a decir que reparemos su Iglesia, que llevemos el evangelio allí por donde pasemos. Si no tenemos paz; si estamos de mal humor, miramos mal incluso a las personas más cercanas a nosotros. Por eso es muy importante que en esta situación de falta de paz volver la mirada a Dios para reencontrar la paz.
La sociedad en que vivimos utiliza numerosos medios para alcanzar la paz interior: nobles, banales o perversos, pero sólo Cristo, príncipe de la paz, es el que nos puede conducir a esa paz verdadera.
La gracia a alcanzar en un rato de oración es descubrir la visión que Dios tiene de las cosas y de las personas. Esta visión está escondida para muchos de nuestros hermanos, no porque Dios no quiera revelarla, sino porque se niegan a verla. Entonces la vida se convierte en una tragicomedia, desde el punto de vista de la eternidad. Y, sin embargo, Dios quiere curarnos de las ilusiones y nos invita a que tengamos los ojos abiertos.
Antes de terminar mirar cómo me ha ido la oración; si mal, mirar la causa de donde procedes y corregirla; si bien, dar gracias a Dios nuestro Señor por tanto bien recibido.