Podemos comenzar hoy nuestra oración entrando en la escuela de oración de los leprosos. Para ello hemos de empezar reconociendo que somos enfermos y que sólo el Señor puede sanarnos. Después iremos al encuentro de Jesús y seremos sanados por Él.
1. “Vinieron a su encuentro diez leprosos”. La oración consiste en venir al encuentro de Jesús. Y hemos de ir tal como somos, conscientes de nuestras enfermedades, sin pretender camuflarlas ante el Señor. Para los judíos la enfermedad –y particularmente la lepra- no sólo afectaba al cuerpo, se extendía a toda la persona: producía impureza y era manifestación de la situación de pecado en la que se encontraba el enfermo (los discípulos preguntarán a Jesús, al ver al ciego de nacimiento: “¿quién pecó: éste os sus padres, para que naciera ciego?” –Jn 9, 2-). La lepra, concretamente, es un símbolo del pecado: va minando progresivamente la salud, va desintegrando el organismo, y además aparta de la vida social. ¿No vemos un paralelismo entre la lepra y nuestros pecados?
2. “A lo lejos y a gritos…”. Como los leprosos del evangelio nos sentimos lejos de Jesús: impuros, indignos de Él. Pero, al vernos enfermos y necesitados de su ayuda, acudimos a Él. Los leprosos nos enseñan a acudir a Jesús. Y a hacerlo con todo nuestro ser, con todas nuestras fuerzas: “a gritos”.
3. “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”. La escuela de oración de los leprosos se basa en la oración de súplica. Repitamos en nuestra oración una y otra vez: “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”. Y en ese “nosotros” incluyamos a toda la humanidad. Personalicemos la oración, como lo hace el P. Morales: “¡Jesús, Maestro, compadécete de nosotros, de los cruzados [y militantes y colaboradores] de tu Madre, baldados, canijos, impotentes, miserables! ¡Compadécete de nuestros hermanos de la Iglesia universal! ¡Compadécete de la humanidad, esclavizada por la materia, hundida en el pecado, chorreando lepra por todos los poros de la piel…!”
4. “Quedaron limpios”. Jesús, en otras ocasiones, tocó a los leprosos para curarlos (cf. Lc 5, 12-14). A éstos les limpió con la fuerza de su palabra. Yo prefiero en la oración ponerme cerca de Jesús, al alcance de su mano, y decirle: “Señor: si quieres, puedes sanarme…” Y después dejar que me toque, al tiempo que escucho sus palabras: “Quiero, queda limpio” (cf. Mt 8, 2 y ss.). Pero frecuentemente Jesús actúa en nuestra vida, como con los leprosos del evangelio de hoy: mientras vamos de camino. ¡Cuántas veces Jesús nos cura en el camino de nuestra vida, cuando hacemos lo que tenemos que hacer, cuando orientamos hacia Él nuestra vida en obediencia de fe!
5. “Uno de ellos se volvió…”. “Se echó por tierra a los pies de Jesús”. Es un gesto de humildad, que reconoce la santidad del que le acaba de curar, y al mismo tiempo es un gesto de alabanza a Dios: “se volvió alabando a Dios a grandes gritos”. El que ama, inundado por el entusiasmo, demuestra su amor y su agradecimiento con sencillez. Seguro que los fariseos se escandalizarían de los gritos y gestos del leproso curado.
6. “… dándole gracias”. El agradecimiento surge espontáneo cuando descubrimos la acción de Dios en nuestra vida. Por ello la acción de gracias tendría que ser en nosotros constante. Sobre todo después de la comunión ¡qué fácilmente surge el agradecimiento por el don de la Eucaristía y por tantos dones suyos! Y este agradecimiento ha de extenderse a los hombres que nos comunican los beneficios de parte de Dios. Seamos agradecidos: ¡qué medio tan sencillo de practicar la humildad y el apostolado!
7. “Los otros nueve, ¿dónde están?” A Jesús no le es indiferente que seamos sensibles o no a sus gracias. Espera nuestro reconocimiento, y le duele nuestra ingratitud, como le dolió la de los otros nueve leprosos.
Oración final. Santa María, salud de los enfermos, enséñanos a orar desde nuestra condición de enfermos: ponnos con tu Hijo, para que nos cure de nuestras enfermedades. Enséñanos a suplicarle, a alabarle, a ser agradecidos y a no separarnos de Él.