La lectura del libro de Samuel bien vale una escena de cine. Podemos hacer la oración viendo con la imaginación todo lo que ocurre.
El gran David que hace unos días le hemos visto enfrentándose al gigante filisteo y derribándolo con una gran facilidad, está ahora huyendo de Saúl. Cuánto cambia la vida, a veces momentos de gloria, otras veces de derrota. Pero en todo momento David es el ungido del Señor.
Me encanta la actitud de David que no se atreve a alzar la mano contra su rey porque es el ungido del Señor. En medio de la tribulación sabe ver lo que parece no existir, taladra la realidad y llega al fondo. Comprende que la dignidad de Saúl no está en lo que hace, o en el mucho poder que tiene, sino en que un día el profeta le ungió como elegido de Dios. Que humilde David, que sabe también que él es ungido como Saúl, pero que todavía no es su momento.
Ten piedad de mí, Dios mío, pues me refugio en ti; a la sombra de tus alas me refugio hasta que pase la calamidad.