8 enero 2012. El Bautismo del Señor (Ciclo B) – Puntos de oración

El salmo responsorial de este domingo está tomado del Cántico de Isaías 12.

“Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación”

“El Señor es mi Dios y Salvador: confiaré y no temeré,

Porque mi fuerza y mi poder es el Señor, Él fue mi salvación.

Y sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación”.

Hoy debemos profundizar a la luz de la Palabra de señor lo que ha supuesto para mí el haber recibido el sacramento del Bautismo. Con este sacramento recibido como don, el regalo más grande que uno se puede imaginar. En este regalo-sacramento se me entrega la fe y con la fe la redención y salvación.

Ha habido una polémica teológica a lo largo de los siglos y también se da en la actualidad si se debe retrasar el bautismo hasta que los niños lleguen a ser conscientes de lo que reciben. Hace unos meses el papa Benedicto XVI salió al paso y de forma breve y clara que podemos entender todos nos explicó: (cf. El don que recibimos en el sacramento del bautismo es tan grande que no lo llegaremos a comprender con nuestra razón aunque esperemos a la vejez. Es un don que se escapa a la razón, es un misterio de amor y gratuidad…) Los regalos se han de entregar en el momento preciso para poder disfrutar de él.

Que de nuevo escuche la palabra del Evangelio de hoy por medio de Juan el Bautista. Nos dice: “Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con del Espíritu Santo”. Por entonces llegó Jesús desde Nazaret de Galilea a que Juan le bautizar en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al espíritu bajar hacia él como una paloma. Se oyó una voz en el cielo: “Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto”.

Jesús en silencio, sin decir una palabra se acerca a Juan para ser bautizado. Él se acerca en silencio: nosotros hemos sido llevados al bautismo por nuestros padres y padrinos y hemos recibido también la plenitud del Padre, del Hijo y del espíritu Santo. La consecuencia de este don de nuevo la oigo sobre mí en este día que la Iglesia nos propone renovar las promesas del bautismo: “Tú eres mi hijo amado, mi predilecto”.

Ya soy hijo de Dios y pertenezco a la familia universal de la Iglesia. Los beneficios de las personas buenas que caminan por la tierra y de aquellas que ya han llegado al cielo también me pertenecen.

Después de recibir este don ¿me dejaré encandilar por las tentaciones del demonio olvidándome que soy hijo de Dios y he recibido por herencia la salvación?

No perdamos la confianza, aunque fallemos como escopetas de feria. El Padre de todos los hombres me sigue amando, aunque le defraude y me rebele contra Él, porque Él es bueno y nunca se cansa de esperar, especialmente a aquellos hijos más rebeldes.

María, Madre nuestra, enséñanos a vivir coherentemente como bautizados en medio del mundo.

Seremos “luz y sal de la tierra”.

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