Oración inicial (en unión con toda la Cruzada – Milicia de Santa María).
"Que todas mis intenciones, acciones y operaciones, sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de Su Divina Majestad”.
La Santa Misa de este día comienza con esta antífona de entrada: “Éste es el apóstol Juan, que durante la Cena reclinó su cabeza en el pecho del Señor. Éste es el apóstol que conoció los secretos divinos y difundió la palabra de vida por toda la tierra”. En Juan se centra hoy nuestra mirada. Y él, como apóstol y discípulo amado, nos remite al misterio insondable del Amor de Cristo. Juan, pilar de la Iglesia de Cristo, hoy nos quiere regalar hoy ser Iglesia.
Hagamos en este primer momento de la oración, un acto de fe. Metámonos en la escena, yo soy Juan en la Última Cena que es la oración a la que Dios me llama hoy: “Señor, quiero reclinar la cabeza sobre tu pecho, y escuchar los latidos de tu Corazón”. Esto, en definitiva, es la oración.
Con la solemnidad que merecen los grandes relatos de una vida, Juan abre su corazón a los cristianos en la Primera Lectura. Su testimonio debe servir, para que otros se unan a Dios como él pudo unirse por el hecho de ser testigo de todo lo que pasó. Caigamos en la cuenta de lo que significa que llegue a nuestras manos el testimonio de un testigo directo de Cristo. ¿Cómo le influyó a él ser testigo? ¿Cómo cambió su vida? Señor, ¿mi contacto Contigo me cambia superficial u hondamente? ¿Te dejo tocar lo más íntimo de mi ser?
En el relato evangélico que la Iglesia universal nos ofrece hoy, hay un juego de capacidades físicas, de esperas, de amores que hacen salir corriendo, que empujan a asomarse al misterio de la muerte, que descubren la alegría de la Resurrección. Pedro y Juan, avisados por María Magdalena, se presentan en el sepulcro. Juan se asoma, ve, pero no puede entrar. Siente la necesidad de dejar entrar a la Iglesia representada por Pedro. Se deja guiar por Ella. Y sólo entonces, “vio y creyó”. Después de haber dejado entrar en el misterio de Cristo a la Iglesia, y dejarse guiar por Ella, Juan ve, y movido por la presencia oculta de Dios que todo lo impregna, de nuevo libremente, cree.
Hoy es un día, para dar gracias a Dios por la Iglesia. El nacimiento del Niño Dios nos debe llevar a un nuevo nacimiento como cristianos, como miembros de la Iglesia. Juan nos abre caminos nuevos para nuestra vida cotidiana.
Señor, que como Juan te siga, te conozca y te ame dentro de Tu Iglesia, que es la de Pedro, la de Benedicto XVI. Los montes se derriten como cera, ante el dueño de toda la tierra; los cielos pregonan su justicia, y todos los pueblos contemplan su gloria. ¡Alegraos, justos, con el Señor! Alegremonos como bautizados, pues formamos parte de la Iglesia.
Madre del Recién Nacido, transforma mi corazón. Santa María de la Navidad: junto a Ti, en el Nazaret de la vida oculta… Estudio, oración, entrega, trabajo, olvido… Oro, incienso y mirra para tu Niño, para mi Dios.