Convertíos, porque está cerca el Reino de los Cielos; Cristo viene para ser la luz del mundo, también para los Galileos, los gentiles, los alejados y para mí.
Ayer celebramos la festividad de los Reyes Magos; contemplábamos ese ofrecimiento que le hicieron a Jesús. ¿Yo qué le ofrecí a Él? Y es que parece que solo queremos recibir. Seguro que experimentas que hay más alegría en dar que en recibir cada vez que das algo.
Recuerda aquello que decía la Beata Teresa de Calcuta. “Hay que amar hasta que duela”. Porque, si damos poco, el amor será menor; si damos mucho, el amor será mayor.
Nos dice el Evangelio que Jesús, al enterarse que habían arrestado a Juan que fue a verlo, dejó Nazaret. Allí comienza su misión. ¡Qué vidas más unidas la de Juan y la de Jesús!
Terminan estos días de Navidad. Yo también, como Jesús, puedo comenzar a realizar la misión con su fuerza. Esa fuerza la encontraré en mis ratos junto a Él: en la oración, la misa, el Rosario, mi balance y la lectura reposada.
He estado estos días viviendo la Navidad, este misterio de Amor que nunca llegaremos a entender. Él comienza a realizar curaciones.
Ponte delante de Jesús, dale gracias por esos regalos materiales y espirituales que has recibido estos días. Y, sobre todo, el gran regalo que es la persona de Jesús.
Jesús, Tú sabes que no me decido a convertirme cada día. Señor, quien te conoce y experimenta tu amor no puede dejar para mañana lo que tiene que hacer hoy.
Me pongo en presencia de Dios hoy sábado, día dedicado a María.
Madre, muchas gracias por darnos a tu hijo Jesús. Porque todas tus dudas nos dan ahora a nosotros fuerza para entender el Misterio que terminamos de celebrar: Dios hecho Niño en Belén.