Oración inicial (en unión con toda la Cruzada – Milicia de Santa María).
"Que todas mis intenciones, acciones y operaciones, sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de Su Divina Majestad”.
Situándonos.
Jesús habla del Reino de Dios. Explica al “gran público” qué es, y en qué consiste. Y lo hace mediante dos parábolas: un hombre que echa la simiente en tierra, y el grano de mostaza.
El Evangelio termina con una segunda escena: la intimidad de Jesús y sus discípulos.
Orando desde la vida.
El Reino de Dios puede ser algo tan difuso y lejano, que podemos pensar que en el fondo, la simiente y el grano de mostaza, se da en otros.
Ver la vida con los ojos de Dios, debe ser algo como ver lo noble de la persona amada: lo bueno es infinitamente mayor y más poderoso que lo pobre y miserable.
Las parábolas de este Evangelio, especialmente la del hombre que echa simiente en tierra, son la poesía de la prosa de nuestra vida. Dicho de otra manera: ¿no está invitándonos Jesús a leer los acontecimientos de nuestra vida como una simiente, que un Hombre echa en la tierra de nuestra alma? Nuestra vida, vista con ojos humanos, sólo tiene matices de blanco y negro. Pero con la sencillez y el amor que Jesús expone a cada persona su plan de amor sobre ella, mediante las imágenes de las parábolas, bajo esa mirada de amor, la vida toma matices de color.
Adentrarse en el misterio de identificar los tallos, la espiga, el grano que brotan como frutos de la acción de Dios en mi vida. Confiar que la cosecha irá produciendo ella sola. Y aceptar que cuando el grano esté a punto, aparezca la hoz que remueva los estratos más profundos de nuestro ser, pues habrá llegado el tiempo de la siega. El Hombre que sembró en nuestra vida, recogerá cuando lleve la semilla al fruto maduro con sus cuidados y tratamientos. Y ése es el gozo de la semilla: dar el fruto esperado por el Hombre, sabiéndose en sus manos.
Estos momentos de oración que preparamos con esmero y delicadeza, son la actualización en nuestra vida de la segunda escena del Evangelio. Traer ante Dios nuestras inquietudes, temores, dudas, esperanzas, ilusiones, es lo que podemos aportar a esa conversación en intimidad con Él. Es la confianza que se nos pide en la aceptación y vivencia de la propia vida como un una siembra, un crecimiento y una siega, en la viña del Señor.
Súplicas finales.
Señor, ayúdame a descubrir el designio de amor que has soñado para mí desde toda la eternidad. Que lo descubra, lo acepte, lo encarne.
Madre, transforma mi corazón, mi entendimiento, mi voluntad. Tú que compartiste tantos momentos de soledad con Él, en los que su presencia te “explicaba todo en privado”, alcánzame en la oración de mañana gozarme en su presencia. Hazme consciente de que soy presencia de Dios encarnada para el mundo que me rodea…
Madre, atrae a tu Cruzada–Milicia a la presencia callada y transformante de Cristo–Eucaristía en el sagrario, hazla presencia visible y transformante de Cristo en medio del mundo.