“Jesús estaba a popa y dormía”. Espero que yo hoy no me duerma en la oración, Señor. Jesús dormía en mitad de la tormenta, cuando la barca casi se hundía por el agua. ¡Qué serenidad! ¿A mí me pasa igual cuando estoy en una tormenta, o me pongo a chillar y agobiarme? Cuando uno tiene la conciencia tranquila duerme bien –siempre que no haya alguna enfermedad especial- Jesús tenía tranquilidad de conciencia, y además sueño. Sí, se había pegado una buena paliza predicando ese día, y literalmente, sus discípulos se lo llevaron a la otra orilla del lago para descansar. ¿Yo también acabo cansado de predicar y entregarme a la causa de la extensión del reino de Dios?
Por fin, despiertan a Jesús. ¿Hago yo lo mismo cuando me encuentro en peligro espiritual, invoco a Jesucristo o llamo al 112? Y Jesús se pone en pie y se pone a mandar al viento que se calle. “Si creéis, veréis cosas mayores” había dicho. Es Dios y quiere librar a los hombres de sus males, solo hay que pedirlo con fe. Una fe por otra parte, muy motivada en este caso, por la necesidad. Pero a Jesús no le importa, es necesidad al fin y al cabo y él ha venido a salvarnos de morir ahogados; ahogados en nuestra miseria, ahogados en nuestros pecados, ahogados en nuestra propia ignorancia de ahogados.
En este rato de oración estará bien sentir en un primer momento una necesidad de ser rescatado, para luego experimentar el gozo de ver aparecer a Jesús y calmar nuestras tempestades y miedos. Es un Jesús muy humano: cansado, dormido… cercano y cordial. Amigo de sus amigos, atento siempre a sus peticiones. Es un Jesús majestuoso, a la vez, que no deja ser Dios, y que no pierde ocasión de hacer ver a sus discípulos de entonces y a los que al correr de los años lo seremos, que él es Dios, y hay palabras y milagros suficientes para creer aun sin haberlos visto.
Devuélveme la alegría de tu salvación, decimos en una estrofa del salmo. Llenos de alegría porque hemos sido salvados esperemos a continuación la misión a la que seremos encomendados. El Señor, primero alegra y luego habla al alma. Los discípulos que salieron de la barca lo contarían luego a los demás. Aquel hombre que les había ganado el corazón con sus atenciones y cariño, era también su Señor. ¡Cómo les costaba entenderlo! ¡Cómo nos cuesta entenderlo a nosotros a más de dos mil años vista! Ellos necesitaron de la fuerza del Espíritu para lanzarse a la misión que les mandó Jesús.
Pidamos nosotros al Espíritu Santo visión de fe para entender bien a Jesús y un corazón ardiente para entregarnos del todo a él.