Acaba el texto del Evangelio de hoy diciéndonos que: “El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría…” ¿Cómo es esto posible? ¿Cómo puede ser que un Dios se haga niño? ¿Cómo puede crecer y robustecerse el que ya es todopoderoso? ¿Cómo puede ir llenándose de sabiduría el que es la sabiduría?
Cuando San Ignacio nos introduce en la meditación de le Encarnación, nos presenta a la Santísima Trinidad en la soledad de su trono divino mirando la redondez de la Tierra. Y que viendo a todos los hombres que se precipitaban al infierno en total ceguera, toma la decisión: "Hagamos la redención del género humano”. Y envío a un niño que, recién nacido, lloraba acostado en un pesebre de animales.
¡Qué distintos son los caminos de Dios y los caminos de los hombres! Si hubiésemos sido nosotros los encargados de hacer la redención del género humano habríamos creado, primero de todo, una comisión. Luego habríamos efectuado un estudio de mercado para, finalmente, convocar a los medios de comunicación y lanzar una campaña de concienciación. Y sin embargo, el camino elegido por Dios fue otro fue el camino de la humildad, el del anonadamiento. Toda la obra de la redención es como un inmenso arco que discurre a lo largo de la vida de Jesús. Como todo arco, se sustenta en su inicio y su fin en dos sólidos cimientos, los cimientos de la humildad. Tanto el nacimiento como la muerte del Señor son dos momentos dramáticos marcados por una profunda humildad. Humildad asumida voluntariamente, como nos dirá la carta a los hebreos.
Hay unos versos inmortales del poeta Luis Rosales en los que imagina la conversación que tuvo el ángel de la guarda del Niño Jesús, cuando vuelve a dar novedades a Dios Padre del nacimiento de su Hijo en Belén:
- ¿La mula?
- Señor, la mula está cansada y se duerme, ya no puede dar al niño un aliento que no tiene.
-¿La paja?
-Señor, la paja bajo su cuerpo se extiende como una pequeña cruz dorada pero doliente.
-¿La Virgen?
-Señor, la Virgen sigue llorando.
-¿La nieve?
-Sigue cayendo; hace frío entre la mula y el buey.
-¿Y el niño?
-Señor, el niño ya empieza a mortalecerse y está temblando en la cuna como el junco en la corriente.
-Todo está bien.
-Señor, pero…
-Todo está bien.
Lentamente el ángel plegó sus alas y volvió junto al pesebre.
La meditación de la Encarnación fue para el padre Tomás Morales la gracia de su vida, la contemplación que será el punto neurálgico de referencia para toda su vida, nos dirá su biógrafo. Que en estos días la contemplación del Niño de Belén nos alcance también a nosotros la gracia de hacernos humildes y sencillos. Sabiendo aceptar la voluntad de Dios sin entenderla, como el ángel, como la Virgen.