Las lecturas de la misa de hoy son especialmente sabrosas y nos pueden servir de guía para la oración.
La 2ª carta a los Corintios comienza con unas palabras de san Pablo bendiciendo a Dios:
“Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordia y Dios del consuelo”.
Empecemos así nuestra oración, invocando y bendiciendo al que es dador de misericordia y de consuelo.
Ese aliento que recibe del Padre le da fuerzas para alentar a los demás, para repartir con ellos el ánimo que recibe de Dios, para compartir con Cristo su sufrimiento redentor y ayudar a otros a compartirlo.
Nos vemos muchas veces abrumados por los agobios de la vida, por los sufrimientos que nos rodean. Y si aún no nos tocan de cerca, no podemos por ello dejar de ser insensibles al sufrimiento que hay a nuestro alrededor, que es mucho. Pero debemos tener claro que con Cristo ese sufrimiento se hace redentor. No tenerle miedo. Él nos da las fuerzas para sobrellevarlo con ánimo y para animar a los demás.
El que más alegría puede dar y más bien puede hacer a su alrededor es el que ha sabido sufrir en silencio, apoyado en la gracia de Dios.
Busquemos pues ese apoyo. En este mes del Corazón de Jesús, tan recientes su fiesta y la del Corazón Inmaculado de María, acudamos a ese trono de amor y misericordia, refugiémonos en el corazón de nuestra Madre. Allí recibiremos gracias que podremos repartir con generosidad entre los que nos rodean, viviendo con alegría y olvido de nosotros mismo la Campaña de la Visitación.
El evangelio de hoy nos lleva al monte de las Bienaventuranzas. Imaginemos a Jesús rodeado de sus discípulos, sentado, dispuesto a enseñar, con la sencillez y a la vez la autoridad que le caracteriza:
Dichosos los pobres en el espíritu, los que lloran, los sufridos, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los perseguidos por causa de la justicia, vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por causa de Jesús.
Esa es su promesa: serán dichosos, serán consolados, heredarán la tierra, quedarán saciados, alcanzarán la misericordia, verán a Dios, se llamarán los hijos de Dios, de ellos es el reino de los cielos, su recompensa será grande en el cielo.
Con dos notas que nos permiten continuar meditando mucho más todas estas palabras:
- Estad alegres y contentos
- De la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.
Es el misterio del gana-pierde de san Pablo, de santa Teresita, de Abelardo, de la sana pedagogía espiritual de la Iglesia. Subir bajando.
En las salidas a la montaña de estos meses no dejemos de tener presente en el corazón este gran misterio, que nos da fuerzas para animar a otros a nuestro alrededor y para luchar contracorriente en la vida diaria, donde continuamente se nos presentan valores contrarios y somos tentados a dejarnos llevar por ellos.
Que el Corazón Inmaculado de María sea nuestro refugio y nuestro aliento.