7 junio 2013. Sagrado Corazón de Jesús – Puntos de oración

Ofrezco dos alternativas para este rato de oración. La primera es aprenderse y releer la siguiente poesía aparecida en uno de los primeros números de la revista Estar

PENA QUE QUIERO SENTIR

No, tú no sabes amigo
qué es una pena que mata:
yo te lo voy a decir.

Una pena que mata es encontrarse
frente a un corazón herido
de tanto amar, sin ser correspondido
y no sentir
el propio corazón también herido.

Una pena que mata es recibir
como de fuente clara y escondida,
vida de Dios, que brota de una herida
y no vivir
todo entregado a Él, vida por vida

Una pena que mata es descubrir
cómo ese corazón que me ama tanto
y al que yo tanto quiero
me viene a preguntar por qué le hiero
y no morir

No, tú no sabes amigo
como es la pena que mata.
Si ahora yo te lo digo
es que la quiero sentir
de Girasol

16 febrero 1970, revista Hágase Estar de la Milicia de Santa María

La última es una meditación clásica. Empezamos por imaginarnos a Jesús, ya muerto, en la cruz. Sus manos, todavía goteantes. Sus pies uno encima de otro y clavados en la cruz. Las llagas de su cuerpo. La corona. De lo que más mueve el afecto es imaginarme que estoy debajo de uno de los brazos, recogiendo la sangre que cae, o dejándola que descienda a mi cabeza y me baje por el cuerpo, limpiándole. La confesión es una materialización de ser lavado por la sangre de Cristo, que me cae sobre todo mi cuerpo y mientras me deja blanco mi interior, me pinta de rojo mis pecados para que cuando los vea el Padre, además de mi repelente maldad vea esa capa que le dice: “Padre, es mi hermano, abrazado por mí. Si me amas, ámale también a él que es uno con migo”. Y el mayor amor del padre vence al menor asco.

Ahora llegamos al amor: ¿me ama Jesús? Ves pensando los diversos detalles de amor que ha tenido contigo: Los que aparecen en el evangelio, quizás referidos a otros, pero que son una señal directa de lo que me ama a mí: cuando dice a la adúltera: te acabo de liberar de tus acusadores; yo tampoco te condeno. Cuando lava los pies de sus apóstoles porque cuando llegó su hora, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, es decir a ti y a mí, les amó hasta el extremo y luego les lava los pies. Después les alimenta con su cuerpo y acaba con la muerte de cruz para que nosotros nos podamos liberar del pecado. Cuando en la resurrección, los va buscando uno a uno para volverlos a llevar al redil, como en los de Eamaús, en Tomás y muchos otros pasajes.

Esto, que es lo esencial, de alguna forma es lo mismo para todos los hombres. En el rubro parecido estaría el regalo de haber nacido, el bautismo, la confirmación, mis padres… Pero además ha tenido actos de amor específicos para ti. Seguramente te ha sacado del pecado y de la depravación, y otras muchas cosas que solo tú y Él sabéis. Recuérdalas, agradéceselas. La Virgen está a tu lado y se le puede pedir cualquier cosa: pídela que le agradezca por ti.

Por último le miras de nuevo en la cruz o mejor en la aparición a los apóstoles más Tomas y le ves el pecho y su herida, tan grande que cabe la mano del discípulo que estaba separado de la unidad. ¿te atreverás a tocarle, a introducir tu mano?. Navega sin miedo en alas del amor quizás te lleve a la pura contemplación, o a pedir el don del amor, a la reparación, a la conquista… Y la Virgen… Y el Padre que te está viendo… y el Espíritu Santo.

A mí, en estos casos, a lo que me suele conducir el Espíritu y mi flaqueza nativa es a que se me va la mente y me pongo a pensar en cualquier tontería, que va desde las imaginaciones perversas, a recordar la última cosa “indigna” que me hicieron en casa, a tonterías o simplemente a nada. En uno de estos casos el Padre me preguntó si provocaba o consentía yo en la distracción y cuando le dije que no, que me llegaba y punto, me dijo: No pensarás que eres tú el que hace la oración. Es el Espíritu Santo el que ora en ti al Padre con gemidos inenarrables y si no te apartas voluntariamente de la oración, eso lo sigue haciendo aunque estés distraído. (Eso creo que me dijo).

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