Libro de
Tobías 1,3.2,1a-8
Yo, Tobías, procedí toda mi vida con sinceridad y honradez, e hice muchas
limosnas a mis parientes y compatriotas deportados conmigo a Nínive de Asiria.
…Los vecinos se me reían: -« ¡Ya no tiene miedo! »
¡Qué gran testimonio sobre las Obras de
Misericordia! A ver, repasemos las 14, las espirituales y las corporales. ¿Cuál
es tu nota? ¿Y todavía no te cansas de ayudar¿ ¿Sigues sin miedo? Decía Teresa
de Calcuta: Sólo nos llevamos al Cielo lo que en la Tierra
entregamos. Un detalle: Si podemos donar (sangre, riñones, ojos, corazón) ¿por
qué no lo damos? Todavía recuerdo con cariño el día en que en el desayuno
convencí al toque a Manuel Tomás Amorós (nuestro Manolito) y a Vicente a que me
acompañasen a donar sangre; pero faltó un simple detalle: los dos habían
cumplido 60 años y no podían. Moraleja: Si puedes, HAZLO. Como diría el P.
Morales APROVECHA TODAS LAS OPORTUNIDADES
Salmo 111,
1-2.3-4.5-6. ¡Aleluya! ¡Feliz
el hombre que teme al Señor y valora mucho sus mandamientos!
Feliz porque temo defraudar a Quien me amó, me
ama y me amará TANTO, TANTO
Evangelio
según San Marcos 12,1-12
Jesús entonces
les dirigió estas parábolas: «Un hombre plantó una viña, la rodeó de una cerca,
cavó en ella un lagar y construyó una casa para el celador. La alquiló después
a unos trabajadores y se marchó al extranjero. …Todavía le quedaba uno: ése era
su hijo muy querido.
Jesús siempre da una nueva oportunidad, no se
cansa…Todavía le faltaba enviar a su Hijo…y con Él nos dio la Vida. Estamos en
el mes del Corazón de Jesús, nueva oportunidad para ser consciente de las viñas
que ha plantado en mi vida, de sus tiernos cuidados…Y me dio la posibilidad de
encontrarse conmigo y seguir encontrándonos día a día. Él siempre se entrega al
cien. ¿Y yo, entrego mi vida, del todo y cada día?
"Todavía
le faltaba enviar a alguien: a su Hijo muy amado"
San Basilio (c
330-379), monje y obispo de Cesarea en Capadocia, doctor de la Iglesia
Grandes Reglas
monásticas, § 2
Dios
creó al hombre a su imagen y semejanza (Gn 1,26), lo honró con el conocimiento
de sí mismo, lo dotó de razón, por encima de los demás seres vivos, le otorgó
poder gozar de la increíble belleza del paraíso y lo constituyó, finalmente,
rey de toda la creación. Después, aunque el hombre cayó en el pecado, engañado
por la serpiente, y, por el pecado, en la muerte y en las miserias que
acompañan al pecado, a pesar de ello, Dios no lo abandonó; al contrario, le dio
primero la ley, para que le sirviese de ayuda, lo puso bajo la custodia y
vigilancia de los ángeles, le envió a los profetas, para que le echasen en cara
sus pecados y le mostrasen el camino del bien...
La
bondad del Señor no nos dejó abandonados y, aunque nuestra insensatez nos llevó
a despreciar sus honores, no se extinguió su amor por nosotros, a pesar de
habernos mostrado rebeldes para con nuestro bienhechor; por el contrario,
fuimos rescatados de la muerte y restituidos a la vida por el mismo nuestro
Señor Jesucristo; y la manera como lo hizo es lo que más excita nuestra
admiración. En efecto, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su
categoría de Dios al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de
esclavo (Ef. 2,6-7). Más aún, soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros
dolores, fue traspasado por nuestras rebeliones, sus cicatrices nos curaron (Is
53,4-5); además, nos rescató de la maldición, haciéndose por nosotros un
maldito (Ga 3,13), y sufrió la muerte más ignominiosa para llevarnos a una vida
gloriosa.
Y no se
contentó con volver a dar vida a los que estaban muertos, sino que los hizo
también partícipes de su divinidad y les preparó un descanso eterno y una
felicidad que supera toda imaginación humana. ¿Cómo pagaremos, pues, al Señor
todo el bien que nos ha hecho? (Sal. 115, 12) Es tan bueno que la única paga
que exige es que lo amemos por todo lo que nos ha dado.