3 junio 2013. Lunes de la novena semana de Tiempo Ordinario – Puntos de oración

Libro de Tobías 1,3.2,1a-8

Yo, Tobías, procedí toda mi vida con sinceridad y honradez, e hice muchas limosnas a mis parientes y compatriotas deportados conmigo a Nínive de Asiria. …Los vecinos se me reían: -« ¡Ya no tiene miedo! »

¡Qué gran testimonio sobre las Obras de Misericordia! A ver, repasemos las 14, las espirituales y las corporales. ¿Cuál es tu nota? ¿Y todavía no te cansas de ayudar¿ ¿Sigues sin miedo? Decía Teresa de Calcuta: Sólo nos llevamos al Cielo lo que en  la Tierra entregamos. Un detalle: Si podemos donar (sangre, riñones, ojos, corazón) ¿por qué no lo damos? Todavía recuerdo con cariño el día en que en el desayuno convencí al toque a Manuel Tomás Amorós (nuestro Manolito) y a Vicente a que me acompañasen a donar sangre; pero faltó un simple detalle: los dos habían cumplido 60 años y no podían. Moraleja: Si puedes, HAZLO. Como diría el P. Morales APROVECHA TODAS LAS OPORTUNIDADES

Salmo 111, 1-2.3-4.5-6. ¡Aleluya!  ¡Feliz el hombre que teme al Señor  y valora mucho sus mandamientos!

Feliz porque temo defraudar a Quien me amó, me ama y me amará TANTO, TANTO

Evangelio según San Marcos 12,1-12

Jesús entonces les dirigió estas parábolas: «Un hombre plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó en ella un lagar y construyó una casa para el celador. La alquiló después a unos trabajadores y se marchó al extranjero. …Todavía le quedaba uno: ése era su hijo muy querido.


Jesús siempre da una nueva oportunidad, no se cansa…Todavía le faltaba enviar a su Hijo…y con Él nos dio la Vida. Estamos en el mes del Corazón de Jesús, nueva oportunidad para ser consciente de las viñas que ha plantado en mi vida, de sus tiernos cuidados…Y me dio la posibilidad de encontrarse conmigo y seguir encontrándonos día a día. Él siempre se entrega al cien. ¿Y yo, entrego mi vida, del todo y cada día?

"Todavía le faltaba enviar a alguien: a su Hijo muy amado"

San Basilio (c 330-379), monje y obispo de Cesarea en Capadocia, doctor de la Iglesia

Grandes Reglas monásticas, § 2

Dios creó al hombre a su imagen y semejanza (Gn 1,26), lo honró con el conocimiento de sí mismo, lo dotó de razón, por encima de los demás seres vivos, le otorgó poder gozar de la increíble belleza del paraíso y lo constituyó, finalmente, rey de toda la creación. Después, aunque el hombre cayó en el pecado, engañado por la serpiente, y, por el pecado, en la muerte y en las miserias que acompañan al pecado, a pesar de ello, Dios no lo abandonó; al contrario, le dio primero la ley, para que le sirviese de ayuda, lo puso bajo la custodia y vigilancia de los ángeles, le envió a los profetas, para que le echasen en cara sus pecados y le mostrasen el camino del bien...  

La bondad del Señor no nos dejó abandonados y, aunque nuestra insensatez nos llevó a despreciar sus honores, no se extinguió su amor por nosotros, a pesar de habernos mostrado rebeldes para con nuestro bienhechor; por el contrario, fuimos rescatados de la muerte y restituidos a la vida por el mismo nuestro Señor Jesucristo; y la manera como lo hizo es lo que más excita nuestra admiración. En efecto, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo (Ef. 2,6-7). Más aún, soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores, fue traspasado por nuestras rebeliones, sus cicatrices nos curaron (Is 53,4-5); además, nos rescató de la maldición, haciéndose por nosotros un maldito (Ga 3,13), y sufrió la muerte más ignominiosa para llevarnos a una vida gloriosa.

Y no se contentó con volver a dar vida a los que estaban muertos, sino que los hizo también partícipes de su divinidad y les preparó un descanso eterno y una felicidad que supera toda imaginación humana. ¿Cómo pagaremos, pues, al Señor todo el bien que nos ha hecho? (Sal. 115, 12) Es tan bueno que la única paga que exige es que lo amemos por todo lo que nos ha dado.



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