1 marzo 2016. Martes de la tercera semana de Cuaresma – Puntos de oración

La primera lectura de hoy nos presenta el cántico de Azarías. Este cántico evoca el tiempo del exilio de Israel en Babilonia, cuando tres jóvenes judíos fueron condenados al fuego del horno ardiente por el rey Nabucodonosor porque se habían negado a adorar la estatua que él había levantado.
La oración de Azarías gira en torno a la tragedia del pueblo israelita, castigado por Dios con el exilio; es una confesión del pueblo por sus pecados, El pueblo de Israel  representado por Azarías está y se siente desamparado. Israel ha sido castigado por sus pecados justamente, y parece como si Dios hubiera retirado las promesas de su alianza. Israel se halla como una grey dispersa, sin jefe ni caudillo, sin profeta que les comunique las revelaciones de su Dios. En sustitución de los sacrificios, que no se pueden ofrecer porque no tienen templo, el protagonista se ofrece humildemente a Dios. Como compaginarlo con la fidelidad de Dios a su alianza.
En esta trágica situación del presente, la esperanza busca su raíz en el pasado, o sea, en las promesas hechas a los padres. Así, se remonta a Abrahán, Isaac y Jacob, a los cuales Dios había asegurado bendición y fecundidad, tierra y grandeza, vida y paz. Dios es fiel y no dejará de cumplir sus promesas. Aunque la justicia exige que Israel sea castigado por sus culpas, permanece la certeza de que la misericordia y el perdón constituirán la última palabra. Ya el profeta Ezequiel refería estas palabras del Señor: «¿Acaso me complazco yo en la muerte del malvado (...) y no más bien en que se convierta de su conducta y viva? (...) Yo no me complazco en la muerte de nadie» (Ez 18,23.32).
Sólo Dios, por su misericordia, puede salvar a su pueblo; quiere como ofrenda un corazón contrito y humilde. Un arrepentimiento seguido de sinceros propósitos de una vida nueva.
Por tanto, podemos considerarlo enmarcado dentro de una oración penitencial en esta cuaresma, que no desemboca en el desaliento o en el miedo, sino en la esperanza, la pascua.
Podemos acercarnos al Señor ofreciéndole el sacrificio más valioso y agradable: el «corazón contrito» y el «espíritu humillado». Es precisamente el centro de la existencia, el yo renovado por la prueba, lo que se ofrece a Dios, para que lo acoja como signo de conversión y consagración al bien.
Con esta disposición interior desaparece el miedo, se acaban la confusión y la vergüenza, y el espíritu se abre a la confianza en un futuro mejor, cuando se cumplan las promesas hechas a los padres.
La frase final de la súplica de Azarías, tal como nos la propone la liturgia, tiene una gran fuerza emotiva y una profunda intensidad espiritual: «Ahora te seguimos de todo corazón, te respetamos y buscamos tu rostro» (v. 41). Es un eco de otro salmo: «Oigo en mi corazón: "Buscad mi rostro". Tu rostro buscaré, Señor»

Quiero unir para terminar estas últimas frases con el evangelio. El rostro del Señor que expresa todo su ser es la compasión y la misericordia. Si la buscamos con ansiedad y nos llenamos de ella, no podemos relacionarnos con los demás de otra manera sino con vínculos o lazos de amor y perdón. Pedir hoy en la oración que transforme nuestro corazón a semejanza del suyo, que obremos como tú has obrado por y en nosotros.

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