Hace
hoy cuarenta días que celebramos con gozo el nacimiento de Jesús. La Iglesia
nos lo recuerda con esta fiesta entrañable y tradicional de la presentación del
niño Jesús en el Templo. José y María como buenos israelitas, cumplen con el
precepto de la ley de Moisés: Todo
primogénito deberá ser presentado a Dios en el Templo a los cuarenta días de su
nacimiento, pues es propiedad del Yavé.
Al comenzar la oración, nos dirigimos al Señor y le
presentamos nuestros sinceros deseos de agradarle en todo. “Tomad, Señor, y recibid toda mi
libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y
poseer; Vos me lo disteis, a Vos, Señor, lo torno; todo es vuestro,
disponed a toda vuestra voluntad. Dadme vuestro amor y gracia que ésta me
basta”. Si quieres con
palabras más modernas, siente en esta oración, en este día de fiesta, grandes deseos de imitar a María, de creer como ella en Jesús; y pide a Dios que
todas tus intenciones sean siempre estar unido a Jesús y a
María en una misma voluntad.
Popularmente la fiesta de hoy se conoce como la fiesta de
las candelas, pues ha sido tradición muy celebrada en España y Latinoamérica,
que el pueblo de Dios se reuniera en la puerta de la Iglesia con velas en las
manos y llegado el sacerdote se encendieran, a continuación todos entraban en
la iglesia entonando cánticos a Cristo como la Luz que ha venido a iluminar a
los hombres. Este año en mi parroquia, el sacerdote ha pedido que todas las
madres con niños menores de dos años vayan a la Iglesia para que sus hijos sean
bendecidos.
En la segunda lectura, de la carta a los Hebreos, se nos
dice que Jesús tenía que parecerse en todo a sus hermanos los hombres, ser de
su misma carne y sangre, es decir, de la misma familia,para ser compasivo y
pontífice fiel en lo que a Dios se refiere, y expiar así los pecados del
pueblo. Qué consoladoras son
estas palabras que nos hablan de un Dios que se hace hombre, más aún hermano y
que desde esa familiaridad nos salva, nos eleva, nos conforta y nos reconcilia
con Él y con nosotros mismos.
El Evangelio nos cuenta la purificación de María en el
Templo y la presentación de Jesús. María
levanta al niño en sus brazos: Lo eleva al cielo entre sus manos de madre,
lo ofrece a Dios y nos lo ofrece a cada uno de nosotros. Es el primer ofertorio
del cristianismo. Durante nueve meses María ha llevado a Jesús oculto en su
seno virginal, ahora lo presenta en el Templo a la vista de todos. Qué grande
es la generosidad de María, nos da a Jesús, es lo que más quiere, lo único que
ardientemente ama. El tesoro que Dios ha puesto en su vida y por el que todo lo
ha arriesgado. Ahora, nos lo entrega y nos dice: te entrego a mi hijo, cuida de
Él que Él cuidará de ti. Y a la vez que nos da a Jesús, se ofrece con Él. Madre
e hijo no pueden separarse, no van a separarse nunca. A mí siempre me ha
gustado mucho el lema de a
Jesús por María. En
mi vida se ha cumplido matemáticamente.
Y a ti una espada te traspasará el alma: el anciano Simeón es claro, o más bien duro. Nos dice el
Evangelio que inspirado por el Espíritu Santo anuncia días de dolor para ambos.
Jesús será como una bandera discutida, por su causa muchos caerán y se
levantarán; y María sentirá un dolor inmenso, como si atravesaran su corazón
con siete espadas. Siempre en el horizonte de la vida de Jesús está la cruz,
desde el pesebre hasta el Calvario. San Ignacio en los Ejercicios Espirituales,
en la contemplación del nacimiento, invita al ejercitante a mirar y considerar lo que hacen
(José y María), así como es el caminar y trabajar, para que el Señor sea
nascido en summa pobreza, y a cabo de tantos trabajos, de hambre, de sed, de
calor y de frío, de injurias y afrentas, para morir en cruz; y todo esto por
mí; después reflitiendo sacar algún provecho spiritual. Al P. Morales
le gustaba recordar es los puntos de oración: no
hay redención sin cruz, sin derramamiento de sangre.
Hoy es un día para participar de la Eucaristía, aunque no
sea de precepto. Y el ofertorio vivirlo con especial atención e intensidad de
amor. Es un buen momento para ofrecerse a Dios, para ponerse en sus manos. En
la Iglesia, también se celebra hoy el día de los consagrados y consagradas: es tradición multisecular que en
este día las personas con especial consagración a Dios mediante el signo de los
consejos evangélicos, laicos, religiosos o sacerdotes, renueven sus votos o
compromisos de fidelidad a Cristo pobre, casto y obediente. Unámonos a todos
ellos en esta acción de gracias y pidamos al Señor de la mies que envíe más
operarios a su viña y que les retribuya abundantemente para el bien de todos.
Y terminemos con un coloquio con la Virgen, deja que hable
tu corazón: Madre, gracias por tus desvelos, por tu intercesión ante tu Hijo,
porque no me dejas ni un sólo instante. Dame la gracia de ser como tú, de
ofrecerme de veras a Dios y de ofrecerme a mis hermanos. Recuérdame mis
compromisos y ayúdame a cumplirlos con amor, no a regañadientes. En este año de
la misericordia, alcánzame la gracia de ser misionero
de la misericordia con todos,
pero especialmente con los que tengo más cerca.