Comenzamos
nuestra oración como nos aconseja san Ignacio, con una oración que nos prepara
el corazón, mientras nos vamos acercando al Sagrario o en pie un instante antes
de arrodillarnos:
“Señor, que todas mis intenciones, acciones y operaciones
sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de Tu divina majestad”.
Y si el Señor te inspira, quédate ahí sin pasar más
adelante. Pide, pide con insistencia y de corazón que la Virgen interceda ante
su Hijo para que te conceda la gracia de vivir este día todo para Él, que todo
lo que vas a hacer sea para servirle y alabarle.
Pero si el Señor te pide que sigas adelante, vuelve tus
ojos a la palabra de Dios que te presenta la liturgia del día.
La primera lectura son las palabras de Moisés al pueblo de
Israel que les recuerda la alianza con el Señor. La expresión de Moisés la
podemos llevar a nuestra oración y renovar nuestra “alianza” personal con Él:
“Hoy has elegido al Señor… Y el Señor te ha elegido…” Es la reciprocidad de la
elección y del amor.
Y desde ahí salta a la meditación de las palabras de Jesús
en el evangelio. Mateo nos presenta hoy unos de los fragmentos del Sermón de la
Montaña, cuando Jesús, sin rechazar los preceptos de la Ley y la Alianza, los
supera desde el amor.
El precepto cristiano es claro: “Amad a vuestros enemigos
y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre
celestial…”
Y a esta altura de la oración, como decía el evangelio de
ayer, te invito a que “dejes de lado tu ofrenda”, y tus consideraciones de la
oración, y siguiendo este precepto empieza a reconciliarte en tu corazón con
aquellos que has alejado de ti. Sobre todo, comienza a suplicar al Señor por
ellos. Verás como el Señor hará el milagro de curar las heridas de tu corazón.
Termina tu oración con un coloquio con el Señor y con
Nuestra Señora. Te puede ayudar rezar despacio el Padrenuestro y saborear
despacio las palabras “como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.