Empezamos: ¡Qué todas mis intenciones acciones y operaciones sean puramente
ordenadas al servicio y alabanza de su Divina Majestad! (Repetir dos o tres veces,
según lo que tardemos en decirlo de corazón)
Seguimos: Hemos estado leyendo y meditando todos estos días pasados
las historias del Antiguo Testamento con personajes muy interesantes. En la
primera lectura de la misa de hoy la vida del rey David llega a su fin. ¡Tantos
proyectos, tantas vicisitudes, tantas fidelidades y tantas infidelidades a
Dios, tantas guerras, tantos trabajos…! Pero al final la vida se acaba y lo
único que contará entonces será nuestra estrecha relación de amor con Dios. Una
relación cimentada en la vida de oración y concretada en la vida de caridad.
Confirmamos: Si dices que amas a Dios, pero no lo demuestras con los
hechos, no vale para nada.
Como de vez en cuando conviene meditar sobre la muerte,
aquí hoy tenemos una oportunidad. Pero meditar sobre la muerte no es de
depresivos o de gente macabra o de gente gótica. No. Tampoco se trata de una
obsesión ni de amargarnos la vida, sino precisamente, con equilibrio, de
agradecer la vida que tenemos y de suspirar por la que nos espera. (Pues
eso, ahora: Agradecemos y
Suspiramos.)
El rey David, aprovecha sus últimos momentos para dar los
últimos consejos a su hijo, y está bien, pero lo realmente importante es haber
vivido bien toda la vida, que es el mejor ejemplo para un hijo y, al final,
morir según se ha vivido…, en manos del Dios en el que creemos y al que hemos
servido.
El Evangelio de hoy nos enseña en qué consiste ese
servicio. Vamos a pedir al Señor, haber sido dóciles a su envío apostólico y
misionero. Por la lectura de san Marcos sabemos que envió directamente a sus
apóstoles a predicar, pero también sabemos que ese envío no es sólo para aquel
momento. Todos los que somos sus discípulos somos también enviados. Recibimos
así las palabras de Jesús como dichas a nuestros propios oídos: “Ve a predicar
la conversión, no hace falta que lleves casi nada de equipaje, y si necesitas
curar enfermedades o expulsar demonios, te doy mi autoridad, yo estaré
contigo”.
¡Hala, ahí tenemos un envío en toda regla…!
Respondemos: Y aquí tenemos este tiempo de oración de hoy para
decidir qué respondemos a ese envío.
Nos despedimos y Vivimos: Y, luego, durante todo el día, tenemos la oportunidad de
ser coherentes con la respuesta que hemos dado. Amén…