“Sólo cuando las dificultades de
nuestros hermanos nos interpelan, podemos iniciar nuestro camino de conversión
hacia la Pascua. Es un itinerario que comprende la cruz y la renuncia.” Papa
Francisco
Esta frase del Santo Padre puede
iluminar nuestra reflexión. Las dos lecturas de la Palabra de Dios en este día
nos hablan de los dos caminos que podemos elegir en la vida: confiar en Dios o
confiar en el hombre y en los bienes terrenales.
“Bendito quien confía en el Señor”
La confianza en el Señor, según el
profeta Jeremías, nos lleva a la felicidad (será “bendito” dice el texto), pues
Dios no defrauda al que se fía de Él, y lo compara con la imagen de un árbol
frondoso, plantado junto a la corriente, que no deja de dar fruto. En cambio,
aquel que busca su seguridad en el hombre, apartándose de Dios y de su
voluntad, será como un cardo del desierto que no verá el bien; Jeremías lo
llama “maldito”.
A uno lo llevaron al seno de Abrahán y
al otro lo enterraron.
También el pasaje evangélico nos muestra
dos caminos:
• El elegido por el rico Epulón, que ponía su confianza en los bienes de esta
tierra, pues se ocupaba solamente de vestir y comer con opulencia y tenía una
gran indiferencia por quien, a su puerta, pasaba necesidad
• Y el del mendigo Lázaro, que ponía su confianza en el Señor. El final de la
parábola evangélica nos muestra cómo su fe no queda defraudada por Dios, que lo
lleva a gozar del Paraíso. En cambio, el egoísmo del rico lo hunde en el
fracaso y la tristeza; el Evangelio dice: “lo enterraron” y lo muestra
sufriendo en el infierno.
Pidamos al Señor que nos conceda vivir
este tiempo de gracia, como nos decía el Papa Francisco, dejándonos interpelar
por las dificultades de nuestros hermanos, sin dejarnos arrastrar por la
indiferencia del mundo contemporáneo.