Hemos
iniciado la cuaresma del año de la misericordia. Las lecturas de este día nos
hablan del ayuno y trascienden el tema mismo del ayuno dándole una dimensión
superior.
Lo primero que propongo para la oración de este día lo
sugiere el evangelio: reconocimiento de Jesucristo, exigencia de fe, aceptar la
novedad que supone frente a las realidades de su tiempo y de siempre. Jesús es
Dios con nosotros, el Hijo de Dios. El tiempo de cuaresma debe ser una ocasión
para escuchar con mayor fervor la palabra de Dios, a Jesucristo que nos habla.
Él es el novio que nos invita al banquete de bodas que Dios ha preparado.
En segundo lugar, sin menoscabar el valor del ayuno en
nuestra sociedad materialmente satisfecha, ir al verdadero sentido del ayuno
que debe llevarnos a “no cerrarnos en nuestra propia carne” y vivir la
misericordia cristiana para ser luz del mundo. Una mirada al santuario de
Lourdes donde se vive de mil formas esta misericordia.
El salmo que se nos propone y que reza la Iglesia todos
los viernes es el salmo penitencial por antonomasia: “yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado”, “por tu inmensa compasión borra mi culpa”.
La conversión es palabra constante de la vida cristiana pues esta vida nos
lleva a una continua superación; realizar nuestra carrera con los ojos fijos en
Jesús autor y consumador de nuestra fe. “Entonces romperá tu luz como la
aurora, en seguida te brotará la carne sana”.