Una
mañana más de Misericordia se nos ha regalado hoy y el Señor está deseando
también regalarnos sus gracias en este día. Pongámonos en su presencia y
serenemos el corazón.
El evangelio de hoy recuerda inevitablemente a aquella
pregunta que Cristo hizo a sus apóstoles. Les preguntó "¿quién dice la
gente que soy yo?" y los discípulos contestaron con todo lo que habían
oído de la gente: que si Elías, que si uno de los profetas,...
¿Quién diría la gente hoy que es Cristo? Hagámonos esta
pregunta hoy, ¿quién dicen mis amigos que es Cristo?
Pero el
Señor fue más allá: les preguntó a ellos. Lo que pensara la gente no le
importaba tanto como lo que pensasen sus discípulos, sus amigos más cercanos,
"y vosotros, ¿quién decís
que soy yo?".
¿Quién es Cristo para ti? ¿Qué supone en tu vida concreta
y personal? Respondamos hoy esta pregunta, en un acto de amor sincero. Porque la respuesta personal de esta
cuestión que el Señor nos plantea marca la vida del cristiano, ¿quién soy Yo para ti?, nos pregunta
Cristo.
El evangelio nos narra hoy el testimonio de Juan el Bautista, que denuncia lo que no estaba bien, lo
que no era moralmente correcto, aunque los poderosos lo acepten. Y le costó la
vida.
Muchas veces nuestro testimonio en el mundo supone ser
rechazados, ya decía un Papa -del
que ahora no recuerdo el nombre- que "vuestra sola presencia es
recuerdo “vivo
del amor de Dios a los demás, y por eso el mundo os rechaza como a Él le
rechazó”.
Muchas
veces nuestro testimonio no será bien aceptado, molestará que seamos
cristianos, pero es precisamente porque recordamos con nuestro testimonio (y,
si es necesario, con la palabra) que Dios ama a todos los hombres. Nuestra vida
debe ser un grito del amor de Dios al mundo y a nuestros compañeros.
Que nuestro testimonio de vida sea valiente como el de
Juan Bautista, pidámoslo hoy así al Señor, y releamos también con calma cómo la
primera lectura narra de lo que es capaz de hacer el Señor en un hombre que
-como David- pone su confianza en Él sabiendo que su Misericordia es mucho
mayor que nuestros males.
Y, para terminar, recemos despacio el salmo de hoy en
acción de gracias por todos los dones que el Señor nos va dando.