Ofrecemos
nuestras vidas al Corazón de Cristo, por medio del Corazón Inmaculado de Santa
María, nuestra Reina y Madre, todos nuestros trabajos, alegrías y sufrimientos.
Y lo hacemos uniéndonos por todas las intenciones por las que se inmola
continuamente sobre los altares.
Vamos avanzando en el camino de la Cuaresma al igual que
Cristo, según nos muestra la lectura del Evangelio de hoy, va avanzando hacia
su meta de entrega total al designio del Padre como víctima de propiciación por
nuestra salvación. Jesús empieza a hablar con claridad y aun así, los suyos, no
le entienden. “Mirad, estamos subiendo a Jerusalén y el Hijo del Hombre va a
ser entregado”, para que se burlen, se mofen, lo azoten, lo denigren, lo
crucifiquen. Sin embargo, los suyos, los más cercanos a Él, están en otra onda,
con otras aspiraciones. En el pórtico de la Pasión, después de varios años de
compartir vida, todavía no han entendido. Esta puede también ser nuestra
disposición. Después de ser acogidos como hijos de Dios, después de ser
admitidos en su seguimiento, quizá, todavía, estamos con la mente y el corazón
puestos en otros objetivos rastreros. No estamos convertidos. No pensemos que
sí.
Pero Jesús, como Maestro, siempre va un paso adelante. Él
nunca va a exigir lo que no ha vivido. Si alguien está abatido, Él ya lo
estuvo. Si no veo el camino, si no entiendo lo que me pasa, si no hay luz en mi
vida, Él ya lo pasó. Y este es el camino que Cristo nos marca: “el que quiera
ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, el que quiera ser el
primero, que sea esclavo de los demás. Igual que el Hijo del hombre no ha
venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por
muchos”.
El Papa Francisco, en una homilía en la que comentaba
estos textos del Evangelio, nos dice lo siguiente: “Con la imagen del cáliz,
les da la posibilidad de asociarse completamente a su destino de sufrimiento,
pero sin garantizarles los puestos de honor que ambicionaban. Su respuesta es
una invitación a seguirlo por la vía del amor y el servicio, rechazando la tentación
mundana de querer sobresalir y mandar sobre los demás. Frente a los que luchan
por alcanzar el poder y el éxito, los discípulos están llamados a hacer lo
contrario. Por eso les advierte: el que quiera ser grande entre vosotros, que
sea vuestro servidor. Con estas palabras señala que en la comunidad cristiana
el modelo de autoridad es el servicio. El que sirve a los demás y vive sin
honores ejerce la verdadera autoridad en la Iglesia. Jesús nos invita a cambiar
de mentalidad y a pasar del afán del poder al gozo de desaparecer y servir; a
erradicar el instinto de dominio sobre los demás y vivir la virtud de la
humildad. En efecto, con su pasión y muerte él conquista el último puesto,
alcanza su mayor grandeza con el servicio, y la entrega como don a su Iglesia”.
Nos ponemos en compañía de la Virgen María nuestra madre.
Ella quiso asociarse a la situación de esclavo de su Hijo. Siendo la mayor de
la raza humana, superior a los ángeles y a todo ser espiritual, quiso abajarse
y coger el último lugar. Que ella nos ayude a entregarnos en el servicio a los
demás.