24 febrero 2016. Miércoles de la segunda semana de Cuaresma – Puntos de oración

Ofrecemos nuestras vidas al Corazón de Cristo, por medio del Corazón Inmaculado de Santa María, nuestra Reina y Madre, todos nuestros trabajos, alegrías y sufrimientos. Y lo hacemos uniéndonos por todas las intenciones por las que se inmola continuamente sobre los altares.
Vamos avanzando en el camino de la Cuaresma al igual que Cristo, según nos muestra la lectura del Evangelio de hoy, va avanzando hacia su meta de entrega total al designio del Padre como víctima de propiciación por nuestra salvación. Jesús empieza a hablar con claridad y aun así, los suyos, no le entienden. “Mirad, estamos subiendo a Jerusalén y el Hijo del Hombre va a ser entregado”, para que se burlen, se mofen, lo azoten, lo denigren, lo crucifiquen. Sin embargo, los suyos, los más cercanos a Él, están en otra onda, con otras aspiraciones. En el pórtico de la Pasión, después de varios años de compartir vida, todavía no han entendido. Esta puede también ser nuestra disposición. Después de ser acogidos como hijos de Dios, después de ser admitidos en su seguimiento, quizá, todavía, estamos con la mente y el corazón puestos en otros objetivos rastreros. No estamos convertidos. No pensemos que sí.
Pero Jesús, como Maestro, siempre va un paso adelante. Él nunca va a exigir lo que no ha vivido. Si alguien está abatido, Él ya lo estuvo. Si no veo el camino, si no entiendo lo que me pasa, si no hay luz en mi vida, Él ya lo pasó. Y este es el camino que Cristo nos marca: “el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, el que quiera ser el primero, que sea esclavo de los demás. Igual que el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos”.
El Papa Francisco, en una homilía en la que comentaba estos textos del Evangelio, nos dice lo siguiente: “Con la imagen del cáliz, les da la posibilidad de asociarse completamente a su destino de sufrimiento, pero sin garantizarles los puestos de honor que ambicionaban. Su respuesta es una invitación a seguirlo por la vía del amor y el servicio, rechazando la tentación mundana de querer sobresalir y mandar sobre los demás. Frente a los que luchan por alcanzar el poder y el éxito, los discípulos están llamados a hacer lo contrario. Por eso les advierte: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor. Con estas palabras señala que en la comunidad cristiana el modelo de autoridad es el servicio. El que sirve a los demás y vive sin honores ejerce la verdadera autoridad en la Iglesia. Jesús nos invita a cambiar de mentalidad y a pasar del afán del poder al gozo de desaparecer y servir; a erradicar el instinto de dominio sobre los demás y vivir la virtud de la humildad. En efecto, con su pasión y muerte él conquista el último puesto, alcanza su mayor grandeza con el servicio, y la entrega como don a su Iglesia”.

Nos ponemos en compañía de la Virgen María nuestra madre. Ella quiso asociarse a la situación de esclavo de su Hijo. Siendo la mayor de la raza humana, superior a los ángeles y a todo ser espiritual, quiso abajarse y coger el último lugar. Que ella nos ayude a entregarnos en el servicio a los demás.

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