Como se nos
recuerda en este día, la festividad de la Cátedra de san Pedro ya se celebraba
en Roma en el siglo IV, para poner de manifiesto la unidad de la Iglesia,
fundada en la persona de Pedro, tal y como nos lo dice el Señor en el evangelio
de hoy:
“Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del
infierno no la derrotará”
Es un día
especial para orar por el Papa, la persona que ahora ocupa esa Cátedra. Él nos
pide a los cristianos continuamente que oremos por su persona. Hagámoslo hoy de
forma especial, por ejemplo, rezando de forma más consciente el padrenuestro
por el Papa en el Rosario, o entrando en una capilla o en cualquier otro lugar
tranquilo y desde el interior de nuestro corazón elevando hacia Dios Padre una
súplica. Puede ser una buena manera de empezar un rato tranquilo de oración.
La Palabra de
Dios en este día es jugosa, una vez más. En la primera lectura san Pedro llama
a los pastores a gobernar “de buena gana, como Dios quiere,… con
generosidad,… siendo modelos del rebaño”. Cada uno de nosotros es el pastor
de un pequeño rebaño, tenemos personas a nuestro alrededor con las que tratamos
cada día. Seamos, como pide san Pedro, buenos pastores para ellos, que es otra
forma de decir que seamos manifestación de la misericordia de Dios. Pidamos
esta gracia al Espíritu Santo.
Y volvamos
ahora nuestra vista hacia Dios Padre, entonando el salmo que nos presenta la
liturgia:
“El Señor
es mi pastor, nada me falta”
Pongamos todo
el día en sus manos, con las dificultades que tenemos, con las angustias, penas
y alegrías de nuestro corazón, y repitamos varias veces, lentamente, esta
estrofa del salmo 22. Y démosle gracias por ello. No nos cansemos de hacerlo.
Como tercer
momento de nuestra oración, podemos hacernos presentes en la escena de Jesús y
sus discípulos en Cesarea de Filipo, y escuchar con ellos la pregunta de Jesús,
que va directa a nuestros corazones, al centro de nuestro ser: “Y vosotros,
¿quién decís que soy yo?
No será la
primera vez que nos hacemos esa pregunta. Pero Él quiere de nuevo hacerse
presente con ella en nuestra vida: ¿Quién soy yo para ti?
Nos
desconcierta de nuevo, nos deja sin respuesta. “Señor, ¡tantas veces he
respondido o he intentado responder a esta pregunta…!
Pero ahora
elijamos el lugar adecuado para responder, junto a nuestra Madre, desde su
Corazón. Y nos saldrá espontaneo el decirle: Tú lo eres todo Señor; o: Quiero
que lo seas todo para mí, pero, ¡ayúdame!
Madre, pon
esos deseos en nuestros corazones. Llénalos de Jesús, y ayúdanos a contagiar de
su presencia, de su consuelo y de su amor a los que hoy estarán a nuestro lado.