Hoy nos presenta la Iglesia una de las tres parábolas de la
misericordia, que nos narra
el capítulo 15 del evangelio de S. Lucas, es la parábola del hijo pródigo. De
las tres parábolas, es la más bella, la más profunda, y la más completa.
Es una
respuesta de Jesús a las críticas que le hacen los escribas y fariseos, cuando
le ven recibiendo y comiendo con los pecadores, los "proscritos" en
Israel. El Señor ya
había dejado claro que Él había venido a salvar a los pecadores y no a los que
se consideraban justos, y no creían tener necesidad de salvación.
La primera
reflexión que podíamos hacernos en nuestra oración de hoy, bien podría ser la siguiente: ¿Por
qué el padre de familia no salió en su búsqueda, como el pastor de la oveja
perdida o la mujer de la moneda..., sino que esperó a que regresara...? Algunos, se pierden en la vida
debido a su propia necedad..., otros por descuido de quienes tienen
responsabilidad sobre ellos..., pero en este caso, más bien creemos que la
pérdida fue debida a al libre albedrío del hijo, y el padre tenía que esperar
hasta que el hijo recapacitada, se sintiera quebrantado y estuviera dispuesto a
regresar... Si aplicamos este hecho a nuestras vidas, nos daremos cuenta de la
enorme responsabilidad que tenemos, ante el ejercicio de nuestra libertad...
La segunda
reflexión que os brindo consistiría en ponderar los signos con los que el padre
cubre la desnudez de su hijo: El manto, el
calzado y el anillo, demuestran que no es un sirviente, sino que es el hijo, a
pesar de lo que ha hecho y de cómo vuelve.., y es que la dignidad de hijos de
Dios nunca se pierde...
La tercera
reflexión, no puede por menos de llevársela el hijo mayor, con sus actitudes,
sus palabras, y sus sentimientos... Al enterarse de lo que ocurría en la
casa, no quiso entrar... Cuando escucha a su padre, no solo no lo entiende,
sino que lo acusa y lo condena... Yo os invito a que nos revisemos un poco a la
luz del hijo mayor, pues quizás podamos descubrir lo que no sabíamos y quizás
éramos... No vaya a ser que nos quedemos fuera de la fiesta del gozo y de la
alegría de Dios, al final de nuestra vida de fidelidad...
¡Cuánto
podemos aprender en la vida, si somos
capaces de ponderar la vida de los demás a la luz de los ojos del Padre de los
Cielos...! ¡Y cuanto podemos
perder, si solo nos vemos a
nosotros mismos, en nuestras pequeñas o grandes fidelidades de cada día...! ¡Es necesario que salgamos de
nosotros mismos para ponderar
lo que no somos…, lo que no tenemos…, o lo que creemos ser, sin serlo...; solo
así veremos con los ojos del Padre, amaremos con el corazón del Padre, y
seremos como el Padre, hombres y mujeres misericordiosos...