EL PADRENUESTRO
Basta con que centremos nuestra meditación considerando el
destinatario: Dios-Padre.
La pastorcita aprendió el Padrenuestro, de niña. Cuando la halló el ermitaño ya rezarlo no sabía: que en diciendo: "¡Padre!", tantas ansias de amor le venían, que las palabras que siguen olvidadas las tenía. Su oración se quedó en "¡Padre!". Pasar de aquí no sabía. ¡La oración así tronchada, cómo a Dios le agradaría!
El destinatario es Abbá. Sabemos que Dios es para Jesús Abbá. En este
momento, cuando Jesús nos enseña que debemos dirigir nuestra oración a Abbá,
nos hace entrega de su Dios, de su propia relación con Abbá. Nuestra oración no
es al Poderoso, al Juez, al Amo, es a Abbá. Esto significa también que los que
oramos no somos los esclavos, los temerosos, los asalariados... sino los hijos.
Nuestra oración es una relación del hijo con su Padre. Esto trae como
consecuencia fundamental que el planteamiento esencial es la seguridad de ser
escuchado y atendido. "Ya sabe vuestro Padre celestial lo que
necesitáis". "Gracias Padre porque siempre me escuchas".
El creador del universo, el Ser por excelencia, el Todopoderoso abandona
su lejanía para hacerse familiar, doméstico, de trato humano y personal:
“¡PADRE!”; y a quienes vayan por la vida con un corazón de niño, con ojos tan
limpios como para creer que esto es verdad, se les ha de decir:
“Bienaventurados porque seréis llamados hijos de Dios”.
Cuantos se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido
un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor,
sino que habéis
recibido un
Espíritu de hijos
de adopción, en elque clamamos: «¡Abba, Padre!». Ese mismo Espíritu
da testimonio
a nuestro espíritu de que somos
hijos de Dios; y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo;
de modo que, si sufrimos conél, seremos también glorificados con él. (Rom 8, 14 y ss.)