En
la presencia del Señor, y pidiendo ayuda a quienes pueden interceder por
nosotros, nos disponemos a preparar la oración de mañana.
Este primer paso de hacerse pequeño, contando con la ayuda
de lo alto, es importante. De hecho, la oración más bien es cosa de lo que el
Espíritu quiera suscitarnos y donde llevarnos. Tomar conciencia de esto, por
una parte nos quita la sensación de rutina y por otra retiramos nuestro ego del
“centro de gravedad” del asunto. En efecto, “la magia” de la oración puede
producirse independiente de que yo esté cansado, aburrido, triste, sin ganas.
Basta una disposición de apertura inicial y quedarse a la escucha, para que nos
veamos sorprendidos muchas veces.
“Entonces, venid y litigaremos”, estas palabras que
dice el Señor por el profeta, nos invitan a un diálogo tranquilo. Y mirad que
al inicio de la lectura dice; «lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras
malas acciones...” y, luego enfoca el cambio hacia los demás; “buscad el
derecho, enderezad al oprimido; defended al huérfano, proteged a la viuda”.
Purificación interna y apertura al otro. Pero en el contexto del diálogo con
Dios. Es decir, nos pide que le hablemos de lo que debemos mejorar en nuestra
vida. Pues quiere decirnos una palabra al respecto. ¡Cuántos berrinches
podríamos evitar si pensáramos las cosas al calor de la oración!.
El Salmo y el evangelio parecen de una
misma partitura. Sus acordes resuenan con idéntica melodía.
· Salmo: “El
que me ofrece acción de gracias, ése me honra /al que sigue buen
camino /le haré ver la salvación de Dios”.
· Evangelio: “El primero entre vosotros será
vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será
enaltecido”.
La invitación en ambos textos es a la
sinceridad de corazón, a fijarnos en tanto como recibimos cada día, para dar
gracias; a buscar el servicio a los demás como respuesta a Dios “por tanto
bien recibido” (S. Ignacio). ¿Podrían ser, estas dos actitudes, un programa
para nuestra preparación a la Pascua?
Las lecturas de hoy nos dan pistas para despertarnos de aspectos en los que
quizás podamos mejorar. Vamos a tomar como modelo de esfuerzo, por seguir la
verdad, al santo que hoy la Iglesia nos propone, S. Policarpo. Estas son las
últimas palabras que dirige a sus verdugos, previas al martirio.
"Por favor: déjenme así, que el Señor me concederá valor para soportar
este tormento sin tratar de alejarme de él". Policarpo, elevando los ojos hacia el cielo,
oró así en alta voz: "Señor Dios, Todopoderoso, Padre de Nuestro Señor
Jesucristo: yo te bendigo porque me has permitido llegar a esta situación y me
concedes la gracia de formar parte del grupo de tus mártires, y me das el gran
honor de poder participar del cáliz de amargura que tu propio Hijo Jesús tuvo
que tomar antes de llegar a su resurrección gloriosa. Concédeme la gracia de
ser admitido entre el grupo de los que sacrifican su vida por Ti y haz que este
sacrificio te sea totalmente agradable. Yo te alabo y te bendigo Padre
Celestial por tu santísimo Hijo Jesucristo a quien sea dada la gloria junto al
Espíritu Santo, por los siglos de los siglos".https://www.aciprensa.com/santos/santo.php?id=59
La fe, el valor y la esperanza en la vida eterna, que admiramos en los
mártires, nos animen en nuestro pequeño batallar de cada día.
Vamos a acogernos a la Reina de todos ellos y también
nuestra. Para que nos alcance gracia de su Hijo, para vivir según lo que el
Señor espera de cada uno. Ampliemos un poco la mirada y pidamos por los que en
estos días, y en diversos lugares, no dudan en ser fieles a Cristo, antes que
renegar de su fe en él.