1. Oración preparatoria: hacemos la señal de la cruz y nos ponemos en la presencia
de Dios. Invocamos la ayuda del Espíritu Santo y rezamos mentalmente la oración
preparatoria de Ejercicios (EE
46): “Señor, que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean
puramente ordenadas en servicio y alabanza de tu divina majestad.”
2. Petición. Pedimos
por los frutos del Año Jubilar de la Misericordia que comenzó el pasado 8 de
diciembre y que se cerrará el próximo 20 de noviembre.
3. Composición de lugar. (una imagen que nos ayude a centrar la imaginación al
hacer la oración): Jesús predicando en la sinagoga de su pueblo, donde se había
criado, Nazaret.
4. Puntos para orar: Hoy volvemos a contemplar en el evangelio la escena que
veíamos el domingo pasado. Jesús predica en la sinagoga de su pueblo Nazaret.
Allí estuvo asistiendo a rezar y a participar de la enseñanza que se impartía,
durante toda su vida, desde que regresó de Egipto. Jesús se había comportado
durante su vida oculta como un israelita normal. Nadie se imaginaba, al verle
predicar en su pueblo, que en Jesús estaban encerrados todos esos tesoros de
sabiduría y esa capacidad de hacer milagros. Había pasado desapercibido entre
sus conciudadanos. Y al tener noticia de las maravillas que hace y al oír allí
mismo la sabiduría con la que habla, en vez de aceptarle como Mesías y
colaborar con él, se escandalizan y se cierran a su mensaje.
En esta escena se cumple lo que Simeón había dicho sobre
Jesús a su madre “Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se
levanten. Será signo de contradicción para que se pongan de manifiesto los
pensamientos de muchos corazones” (cf. Lc 2, 34-35). Y Jesús molesta a muchos
de sus conciudadanos. No soportan no haberse dado cuenta antes de que vivían al
lado de un profeta. La envidia les hace cerrar su corazón y rechazarlo hasta
llegar a intentar despeñarlo (cf. Lc 4, 21-30)
¡Señor, que no nos acostumbremos a tu presencia! Que
siempre estemos abiertos a las novedades que nos traes. Que no seamos
cristianos rutinarios que no aceptan los milagros que puedes y quieres hacer en
nuestras vidas porque ya nos las sabemos todas, porque hemos “convivido”
contigo durante años y años y ya no esperamos más de ti. Que el peligro de la
rutina no nos aceche, sino que me abra a la novedad continua de la salvación
que me traes, Jesús. Quieres hacer milagros en mi vida. Que no me hunda en la mediocridad
y me aleje molesto y decepcionado de la salvación y los milagros que quieres
traer a mi vida.
Una buena forma de orar puede ser leer atenta y lentamente
el salmo responsorial que nos propone la iglesia hoy. Es el salmo 31, un salmo
penitencial:
Dichoso el que está absuelto de su
culpa,
a quien le han sepultado su pecado;
dichoso el hombre a quien el Señor no
le apunta el delito.
Había pecado, lo reconocí, no te
encubrí mi delito;
propuse: «Confesaré al Señor mi
culpa»,
y tú perdonaste mi culpa y mi pecado.
Por eso, que todo fiel te suplique
en el momento de la desgracia:
la crecida de las aguas caudalosas no
lo alcanzará.
Tú eres mi refugio, me libras del
peligro,
me rodeas de cantos de liberación.
5. Unos minutos antes del final de la oración: Diálogo con la Virgen. Pedirla que nos abra al mensaje de
su hijo. Avemaría.
6. Examen de la oración: ver cómo me ha ido en el rato de oración. Recordar si he
recibido alguna idea o sentimiento que debo conservar y volver sobre él. Ver
dónde he sentido más el consuelo del Señor o dónde me ha costado más. Hacer
examen de las negligencias al preparar o al hacer la oración, pedir perdón y
proponerme algo concreto para enmendarlo.