“¡Marana tha!
¡Ven, Señor Jesús!”: Con esta súplica del Adviento iniciamos nuestra oración, y
procuramos repetirla a lo largo del día unidos a la Virgen de la esperanza.
Dentro de una semana es la fiesta de su Inmaculada Concepción. Al hacer el
ofrecimiento de obras pedimos por los frutos de esta Campaña de la Inmaculada:
para que en las Vigilias del día 7 la misericordia de Dios se derrame con
abundancia sobre los que participen, especialmente los que más lo necesiten.
También para que el día de la Inmaculada sellemos nuestros compromisos de vida
cristiana o de consagración en las manos de la Virgen: ¿Qué le voy a ofrecer a
la Inmaculada para que Ella me ayude en el camino de la santidad, en el camino
de parecerme a Jesús?
Mirándola a Ella
vemos cómo encarna a la perfección el evangelio de este día de adviento: son
las palabras con las que Jesús concluye el Sermón de la Montaña. Nos invita a
la coherencia entre el decir y el hacer, haciendo del cumplimiento de la
voluntad del Padre que está en los cielos el eje de la vida. Precisamente en
las pautas para esta tercera semana de la Campaña de la Inmaculada se nos
proponen como misión unas palabras de Abelardo sobre la santidad: “Ser
santos es conformar nuestras vidas con la voluntad de Dios. Ser santos es, más que hacer la voluntad de Dios,
convertirse en voluntad de Dios. Ésta es la excelsa santidad de la Virgen,
quien nos admira al verla siempre actuando por
designio divino”. Mirar a la Virgen para aprender a abandonarnos a la voluntad
del Señor.
¿Cómo se descubre esa voluntad
amorosa de Dios sobre nuestra vida? La parábola de Jesús sobre la casa
construida sobre roca nos dice cómo, y nuevamente la Virgen es el modelo
sublime: escuchar la Palabra de Dios y ponerla por obra. En la Anunciación, la
Virgen escucha el mensaje del Ángel, acoge con fe la Palabra de Dios, se hace
discípula, y la Palabra se encarna en su seno virginal. Se fía de Dios y con
humildad cree que nada hay imposible para Él. Si queremos hacer la voluntad de
Dios, hemos de imitarla a Ella poniéndonos a la escucha de la Palabra, vivir
cada día en diálogo con esta Palabra de vida meditándola en la oración y tratar
de encarnarla en nuestras obras.
“Confiad siempre en el Señor, porque
el Señor es la Roca perpetua”. Quizás tenga miedo a que Dios pueda pedirme algo
que me contraría o que no espero. La voluntad de Dios siempre está llena de
bondad y busca mi felicidad, aunque pueda sorprenderme o desconcertarme de
entrada. Me invita a salir de mí mismo y a acoger un plan que me desborda y en
el que Él lleva a iniciativa. ¿Te atreves a hacer tuya esta forma de vivir que
el Papa Francisco propone a los nuevos evangelizadores? “Es verdad que esta confianza en lo invisible puede
producirnos cierto vértigo: es como sumergirse en un mar donde no sabemos qué
vamos a encontrar. Yo mismo lo experimenté tantas veces. Pero no hay mayor
libertad que la de dejarse llevar por el Espíritu, renunciar a calcularlo y
controlarlo todo, y permitir que Él nos ilumine, nos guíe, nos oriente, nos
impulse hacia donde Él quiera” (Evangelii gaudium). Pidamos
parecernos a la Inmaculada, que confió siempre en la Roca perpetua y se dejó
guiar por el Espíritu divino.