Nuestra oración se va a realizar en
la víspera de la grandísima fiesta de la Nochebuena-Navidad.
Ante estos hechos, que nos
sobrepasan, se hace más necesario hacernos muy pequeños y recurrir a la gracia.
Dedicar algún momento extra y hacer silencio interior, pueden ayudarnos a
preparar debidamente estos acontecimientos.
Al calor de las lecturas del día y el
comentario que hacemos, pretendemos preparar el camino del encuentro personal
con el Señor, que es la oración. Hoy nos fijamos en “tres palabras”; mensajero, misericordia y lealtad,
la mano del Señor estaba con él.
En la primera lectura de
Malaquías (entre 400 y 450 años antes de Cristo) ya hay alusiones
directas del Mesías; “Voy a enviar a mi
mensajero, para que prepare el camino ante mí”. Es el caso del profeta
Elías. Y me llama la atención cómo se concreta el objetivo de su tarea; “Él
convertirá el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos
hacia los padres…”.
La conversión viene
a ser entonces la mejor actitud del corazón en esa implicación de agradar al
Padre.
Pero, en el fatigoso
caminar de la humanidad, parece que siempre han sido necesarios esos mensajeros
de Dios. Y, en su renovado y esplendoroso amor por cada hombre, en la plenitud
de los tiempos, se desborda con un
mensajero, su mismo hijo.
Esta puede ser una
motivación para nuestra Navidad 2016; abrirme a Jesús que me va a mostrar el
camino hacia el Padre. Actualicemos las ansias personales y las de tantas
personas por encontrar a Aquel “a
quien vosotros andáis buscando”. Necesitamos
buscar pero también hallar para que “os regocijéis”. ¡Qué sentido adquiere entonces
poder encontrar al Señor hecho
carne!
El mensajero divino, al que esperamos
hallar y adorar, nos va a mostrar con su misma vida el camino para ser felices.
Así nos lo hace saber el salmo 24; “enseña
el camino a los pecadores; hace caminar a los humildes con rectitud”. Un poco más adelante nos explicita
ese camino en actitudes de misericordia
y lealtad. Y,
puestos a vivirlas, no sabríamos decir cuál empieza antes. El que es leal a
Dios, no puede tener otros gestos hacia los demás que de misericordia. Pero, el
que vive ésta, desde luego que tiene actitudes de lealtad a Dios.
Me llama la atención
la cantidad de personas que, sin una mención o intención expresa a Dios, viven
una o varias obras de misericordia con verdadero corazón. El otro día,
conversando con una joven que termina estudios de estadística, me comentaba que
a ella no le importaría aplicar sus conocimientos para mejorar las condiciones
de vida donde haya personas necesitadas; un asilo, un hospital, un centro de
discapacitados, etcétera.
Vemos en el evangelio de hoy (incluso
en la expresión “se le cumplió
el tiempo del parto y dio a luz un hijo”) un
anticipo de lo que celebraremos mañana. No era para menos que los vecinos de
Isabel y Zacarías se alegrasen. Es más, en su admiración, afirmaban que la mano del Señor estaba con él.
Preparando nuestra
navidad, podemos aprender de estas gentes sencillas a alegrarnos, a descubrir
una grandísima misericordia de Dios (no con una pareja de ancianos) sino con
toda una humanidad.
De María nacerá Jesucristo, el
salvador. Vamos a alegrarnos con Ella y con José. Pero, antes de que llegue esa
hora, podemos ensanchar las costuras de nuestro corazón. Y desear, desear y más
desear su venida. ¿Acaso no sentimos los desiertos de amor, dentro y fuera del
propio corazón? La noche del sinsentido, de las esclavitudes, de vidas
truncadas en atonía y autosatisfacción invaden grandes espacios del corazón
propio y el de nuestros vecinos. Las lacras derivadas del pecado personal y
estructural dejan pueblos, ciudades y, a veces grandes territorios, sumidos en
dictaduras, leyes que coartan la libertad de expresión y culto. Desde lo más
hondo, dejemos que el Espíritu grite: ¡Ven, Señor Jesús, ven a salvarnos! Te
necesito como la tierra reseca al agua.
¡Santa María del
Adviento, llenita de Dios, rebósalo a mi corazón!