23 de diciembre – San Juan de Kety – Puntos de oración

Nuestra oración se va a realizar en la víspera de la grandísima fiesta de la Nochebuena-Navidad.
Ante estos hechos, que nos sobrepasan, se hace más necesario hacernos muy pequeños y recurrir a la gracia. Dedicar algún momento extra y hacer silencio interior, pueden ayudarnos a preparar debidamente estos acontecimientos.
Al calor de las lecturas del día y el comentario que hacemos, pretendemos preparar el camino del encuentro personal con el Señor, que es la oración. Hoy nos fijamos en “tres palabras”; mensajero, misericordia y lealtad, la mano del Señor estaba con él.
En la primera lectura de Malaquías  (entre 400 y 450 años antes de Cristo) ya hay alusiones directas del Mesías; “Voy a enviar a mi mensajero, para que prepare el camino ante mí”. Es el caso del profeta Elías. Y me llama la atención cómo se concreta el objetivo de su tarea; “Él convertirá el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres…”.
La conversión viene a ser entonces la mejor actitud del corazón en esa implicación de agradar al Padre.
Pero, en el fatigoso caminar de la humanidad, parece que siempre han sido necesarios esos mensajeros de Dios. Y, en su renovado y esplendoroso amor por cada hombre, en la plenitud de los tiempos, se desborda con un mensajero, su mismo hijo.
Esta puede ser una motivación para nuestra Navidad 2016; abrirme a Jesús que me va a mostrar el camino hacia el Padre. Actualicemos las ansias personales y las de tantas personas por encontrar a Aquel  a quien vosotros andáis buscando”. Necesitamos buscar pero también hallar para que “os regocijéis”. ¡Qué sentido adquiere entonces poder encontrar al Señor hecho carne!
            El mensajero divino, al que esperamos hallar y adorar, nos va a mostrar con su misma vida el camino para ser felices. Así nos lo hace saber el salmo 24; “enseña el camino a los pecadores; hace caminar a los humildes con rectitud”. Un poco más adelante nos explicita ese camino en actitudes de misericordia y lealtad. Y, puestos a vivirlas, no sabríamos decir cuál empieza antes. El que es leal a Dios, no puede tener otros gestos hacia los demás que de misericordia. Pero, el que vive ésta, desde luego que tiene actitudes de lealtad a Dios.
Me llama la atención la cantidad de personas que, sin una mención o intención expresa a Dios, viven una o varias obras de misericordia con verdadero corazón. El otro día, conversando con una joven que termina estudios de estadística, me comentaba que a ella no le importaría aplicar sus conocimientos para mejorar las condiciones de vida donde haya personas necesitadas; un asilo, un hospital, un centro de discapacitados, etcétera.
            Vemos en el evangelio de hoy (incluso en la expresión “se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo”) un anticipo de lo que celebraremos mañana. No era para menos que los vecinos de Isabel y Zacarías se alegrasen. Es más, en su admiración, afirmaban que la mano del Señor estaba con él.
Preparando nuestra navidad, podemos aprender de estas gentes sencillas a alegrarnos, a descubrir una grandísima misericordia de Dios (no con una pareja de ancianos) sino con toda una humanidad.
            De María nacerá Jesucristo, el salvador. Vamos a alegrarnos con Ella y con José. Pero, antes de que llegue esa hora, podemos ensanchar las costuras de nuestro corazón. Y desear, desear y más desear su venida. ¿Acaso no sentimos los desiertos de amor, dentro y fuera del propio corazón? La noche del sinsentido, de las esclavitudes, de vidas truncadas en atonía y autosatisfacción invaden grandes espacios del corazón propio y el de nuestros vecinos. Las lacras derivadas del pecado personal y estructural dejan pueblos, ciudades y, a veces grandes territorios, sumidos en dictaduras, leyes que coartan la libertad de expresión y culto. Desde lo más hondo, dejemos que el Espíritu grite: ¡Ven, Señor Jesús, ven a salvarnos! Te necesito como la tierra reseca al agua.

¡Santa María del Adviento, llenita de Dios, rebósalo a mi corazón!

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