Hoy es un día grande. Hoy es un día para la alegría, un día para la
fiesta. En medio de la
preparación para la Navidad, hacemos un alto en el camino para festejar que la
esperanza en la promesa del Padre es ya una realidad. Hoy celebramos el
compromiso de Dios con la Humanidad al preservar a uno de sus miembros del
pecado. Hoy es una fiesta fundamentalmente teocéntrica porque celebramos, como
el papa Francisco dice, que Dios nos “primerea”. Antes de que María pronuncie
su SÍ, su Hágase, Dios confía y apuesta por nosotros. Dios actúa como si lo que
está por venir fuera ya presente. Hoy celebramos que, antes de dar nosotros el
paso -en el Sí de Cristo-hombre y en
el Sí de María-, Dios obra
la Redención “por su cuenta”. En una mujer se da el milagro de que el Pecado
Original no tenga poder. No le importa que la realización de toda la obra
dependa de nuestro sí -del Sí de María-. No le importa que su
maravilloso don pueda perderse al no estar todavía consolidado por la
aceptación del hombre. Dios se arriesga y apuesta por nosotros.
Y Dios
sigue arriesgándose. La Concepción de María fue la primera de las apuestas
riesgosas del Señor. Por eso celebramos este día con tanta alegría. Más en este
año en que acabamos de clausurar el Jubileo de la Misericordia. Este es un día
para recordar con alegría tantas gracias que el Señor derrama sobre nosotros.
Un día no sólo para agradecer, sino, sobre todo, para hacerlas vivas. Es un día
para recuperar los talentos que Dios nos ha dado y ponerlos al servicio de los
demás “para que nuestra alegría sea completa”. Ese es el sentido del texto del
Evangelio: a la gracia de la Inmaculada Concepción María responde con un Sí.
Acoge esa gracia y la pone a fructificar, como sabemos, saliendo corriendo al
encuentro de su prima Isabel. Nosotros también. Descubramos hoy, al calor de la
mirada de la Madre, cuáles son nuestras Isabeles para ver en ellas, lo primero,
el rostro de Dios que nos sonríe a la espera de recibir los talentos que ha
puesto en nosotros.
Este es un
día para renovar nuestro compromiso cristiano muy cerquita de la Virgen. En un
ambiente sencillo y de familia como era la casa de Nazaret. Es un día para
descubrir cómo el mejor reflejo del amor de Dios lo encontramos en Nuestra
Madre, porque sólo desde su Amor que nos atrae podremos decir Sí como María.
Por eso este es un día para alabar. Un día para adorar. Los textos del salmo y
de la carta de San Pablo nos pueden ayudar. Quizá esta última para ir
recordando esas misericordias de Dios recibidas durante el año transcurrido. Ir
saboreando sus palabras que nos conduzcan a decir “Sólo Tú, Señor”.