Este precioso pasaje evangélico que
la Iglesia nos propone hoy resulta entrañable. Nos narra el cumplimiento de la
promesa hecha por Dios al anciano Simeón.
La esperanza de un anciano basada
únicamente en una promesa es, ciertamente, una lección para los hombres y
mujeres de nuestro tiempo. En una época donde las promesas no valen nada, donde
la palabra dada no tiene valor alguno, la promesa hecha por Dios a Simeón nos
interpela. Y nos interpela porque nosotros, los creyentes, también somos hijos
de nuestro tiempo y nos vemos influenciados y mediatizados por las coordenadas
intelectuales y mentales de nuestra época. Si somos sinceros con nosotros
mismos tenemos que reconocer que cuando rezamos a Dios, nos cuesta creer que
somos escuchados, o que si tuviéramos fe moveríamos montañas o que no tenemos
nada que temer porque: “hasta los pelos de nuestra cabeza están contados”. Por
eso, porque no tenemos fe es por lo que a menudo vivimos la vida sin esperanza,
agobiados, entristecidos, amargados.
Llama la atención que Simeón, a pesar
del tiempo de espera, bendijera a Dios y bendijera a María. Y esto es porque
confiaba en el Señor, porque sabía que nuestro Dios es el Dios del tiempo y de
la historia y que no tiene prisa. Los que vivimos en la era digital y del
“click”, llevamos muy mal los tiempos de espera, o que las cosas no funcionen
al ritmo que nosotros esperamos: el ordenador, el móvil, el wifi, el metro… y
aplicamos estas coordenadas mentales a la vida de fe.
Simeón espera el tiempo de Dios
porque confía en su promesa y en su infinita sabiduría. Por eso sólo tiene
palabras de agradecimiento y de bendición, no de resentimiento por la tardanza.
Y por eso entre tantos otros que habría ese día en el atrio del templo, es el
único que sabe distinguir al Salvador. Es el hombre de fe que espera contra
toda esperanza y que sabe ver a Dios en lo cotidiano, en la sencillez de un
niño recién nacido.
Sospecho que no es casualidad que el
evangelio de este día empiece con esta frase: “Cuando se cumplieron los días de
la purificación…” y aunque ciertamente no se refiere a Simeón podemos aplicarlo
a éste. Porque Simeón en su larga vida también pasaría momentos buenos y malos,
y estoy seguro que también tuvo que pasar sus etapas de purificación como
cualquiera de nosotros. Y todo ello también estaría incluido en esa promesa
hecha por Dios hasta llegar a cumplirse también en él los “días de la purificación”.
Posiblemente había que purificar esos ojos para que fuesen capaces de rasgar
las apariencias y poder ver en un niño al Mesías del Señor.
Que el ejemplo del anciano Simeón nos
ayude a vivir estos días de Navidad con esperanza.