22 de diciembre – Puntos de oración

A dos días de la Nochebuena, Jesús quiere seguir preparándonos para celebrar su nacimiento. Dejemos que lo haga. Dispongamos el corazón para estar con Él. Dejemos otras cosas, hagamos silencio, dediquemos tiempo a lo más importante: acompañarle.
Acompañarle a visitar a Ana y a Samuel, que van a la casa del Señor en Siló (Todavía no estaba construido el templo de Jerusalén). Allí Ana ofrece a su hijo. Ella, símbolo de la Virgen que acepta la llamada del Señor a ser Madre del Salvador, anticipa esa vida ofrecida de Jesús por los hombres cediendo a su hijo a la casa de Dios. Vemos la escena y comprendemos mejor cuál va a ser la misión de Jesús entre nosotros. Le pedimos que, como Samuel, también cada momento de nuestra vida esté “cedido” a Dios, devuelto al que nos creó, sin necesidad de salir de donde estamos, sino cambiando el corazón.
El salmo de hoy es el cántico de Ana, que ora al Señor desbordante de gratitud. Es un texto muy similar al Magníficat de María, que se proclama en el Evangelio.
Entonemos, cantemos con ellas a Dios, que se ha mostrado grande en la pequeñez de sus siervas, que se va a mostrar pequeño porque es grande.
La oración de hoy puede ser simplemente recitar ambos textos, cantarlos si nos sabemos alguna melodía, y después, hacer silencio, dejar que Dios nos hable desde el fondo del corazón.

Mi corazón se regocija en el Señor,
mi poder se exalta por Dios.
Mi boca se ríe de mis enemigos,
porque gozo con tu salvación.
Se rompen los arcos de los valientes,
mientras los cobardes se ciñen de valor.
Los hartos se contratan por el pan,
mientras los hambrientos engordan;
la mujer estéril da a luz siete hijos,
mientras la madre de muchos queda baldía.
El Señor da la muerte y la vida,
hunde en el abismo y levanta;
da la pobreza y la riqueza,
humilla y enaltece.
Él levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre,
para hacer que se siente entre príncipes
y que herede un trono de gloria.
«Proclama mi alma la grandeza del Señor,
“se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humildad de su esclava”.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí:
“su nombre es santo,
 y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación”.
      Él hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
“derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia”
—como lo había prometido a “nuestros padres”— en favor de Abrahán y su descendencia por siempre».

Tras la alabanza, María se dedica a su pariente Isabel tres meses. Luego vuelve a Nazaret. Vienen las dudas de José, el sueño y las palabras del ángel, el camino a Belén, el no encontrar sitio en la posada… Pero María lleva a Jesús; no necesita más. Y nos lo quiere repartir.

Dios está con los humildes y sencillos de corazón. Hagamos el nuestro semejante al de María.

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