“Los pastores fueron
corriendo a Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el
pesebre”. Nada mejor para hacer nuestra oración en este primer día del año que
imitar a los pastores de Belén e ir corriendo a adorar al Niño envuelto en pañales
y acostado en el pesebre. Sigamos el orden que nos propone el evangelio,
dirigiéndonos primero a María, luego a José y, por fin, al Niño.
El primer día del
Año está dedicado a la maternidad divina de María. Así, nos dirigimos a la
Madre de Dios para pedirle su ayuda y su intercesión. Una forma ideal de
empezar el Año es consagrarnos a Ella, ofrecerle cuanto somos y tenemos, para
que sea nuestra Madre; pedirle que nos ayude a aspirar a la santidad, dejándole
a Dios hacer en nosotros. La siguiente oración está tomada de San Luis María
Grignon de Monsfort y es parte de la consagración a la Virgen conocida como
“esclavitud mariana”, porque consiste en hacerlo todo por María, con María, en
María y para María, a fin de que nuestra vida sea por Cristo, con Él y en Él
para gloria del Padre:
Os saludo, ¡oh María Inmaculada!,
tabernáculo viviente de la Divinidad, en donde la Sabiduría eterna escondida
quiere ser adorada por los ángeles y los hombres; os saludo, ¡oh Reina del
cielo y de la tierra!, a cuyo imperio está sometido todo lo que hay debajo de
Dios. Os saludo, ¡Oh refugio seguro de los pecadores!, cuya misericordia no
falta a nadie; escuchad los deseos que tengo de la divina Sabiduría y recibid
para ello los votos y las ofrendas que mi bajeza os presenta.
Yo, N…………………, pecador infiel, renuevo
y ratifico hoy en vuestras manos los votos de mi bautismo. Renuncio para
siempre a Satanás, a sus pompas y a sus obras, y me entrego enteramente a
Jesucristo, Sabiduría encarnada, para llevar mi cruz tras Él, todos los días de
mi vida; y a fin de que sea más fiel de lo que he sido hasta ahora, os escojo
hoy, ¡oh, María!, en presencia de toda la corte celestial, por mi Madre y
Señora. Os entrego y consagro, en calidad de esclavo, mi cuerpo y mi alma, mis
bienes interiores y exteriores, y aun el valor de mis buenas acciones pasadas,
presentes y futuras, otorgándoos entero y pleno derecho de mí y de todo lo que
me pertenece, sin excepción, a vuestro agrado, a la mayor gloria de Dios, en el
tiempo y la eternidad.
Después de hablar con la Madre, nos
fijamos en san José: Él es el humilde servidor del misterio de la Redención, el
custodio de los tesoros del Señor: Jesús y María. Gracias a él se cumplen las
profecías, pues cada vez que se le revela el ángel del Señor en sueños, él
responde inmediatamente y con una fe obediente hace posible que los designios
de salvación de Dios se realicen en la historia de los hombres. Así que a José
le vamos a pedir que en este nuevo año sepamos vivir de fe y que los proyectos
de amor de Dios sobre la humanidad puedan realizarse en medio de nosotros
porque decimos nuestro sí,
nuestro hágase a la voluntad amorosa de Dios.
Nos detenemos al fin, ante el Niño
acostado en el pesebre: “El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz”.
Estas palabras de la bendición en el Antiguo Testamento se encarnan en Jesús.
Él es el rostro de Dios que se ha hecho visible y cercano a nosotros. Mirar a
Jesús niño es ver la bondad de Dios que se ha manifestado para nosotros, para
mí. Y Jesús es nuestra Paz. Su nacimiento es el nacimiento de la Paz en este
mundo de tinieblas. Ha venido “para guiar nuestros pasos por el camino de la
Paz”. Hoy, Jornada de Oración por la Paz en el mundo, pidamos a Jesús que sea
nuestra Paz, que la llevemos en el corazón y que seamos en este nuevo año
“artesanos de la Paz”, como nos pide el Papa Francisco en el mensaje que ha
escrito para este día. “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra Paz a los
hombres de buena voluntad”.