19 diciembre 2016. Viernes de la tercera semana de Adviento – Puntos de oración

* Primera lectura: En la época de los Jueces a Israel le tocó vivir tiempos heroicos. La  misión de los jueces era salvar al pueblo cuando éste caía en la apostasía y en la consecuente explotación por parte de sus enemigos. Entre los jueces uno de los más conocidos fue Sansón. Es cierto que su moral era dudosa, pero tenía fe en que poco a poco se iba purificando. Él tuvo como tarea librar a Israel del acoso de sus adversarios y para hacerlo capaz de realizar esa misión fue consagrado al Señor desde el seno de su madre. Su vida fue agitada; era fuerte frente a los filisteos y débil frente a la mujer, y terminó su existencia trágicamente, pero logró librar a Israel de sus enemigos. Sansón es un ejemplo de cómo el instrumento puede ser deficiente, pero el que actúa es el Señor.
Como Sansón, también Juan Bautista fue consagrado al Señor desde antes de su nacimiento. Juan el Bautista es una figura de contraste. Sansón es como agua que se desborda, Juan Bautista es austero. Sansón no desdeña la compañía de las mujeres, Juan el Bautista censura a Herodes su adulterio. Sansón vive en la ciudad, Juan Bautista se retira al desierto. Sansón no predica, actúa; Juan el Bautista ejerce su misión con la palabra. Dos figuras muy diferentes, pero unidas por una misma misión: preparar al pueblo para el advenimiento del Mesías.
* Salmo: Dios sale al encuentro del hombre, que ha sido dominado por el pecado, o azotado por la pobreza, por la enfermedad o por la injusticia, para librarlo de todo aquello que lo oprime, pues a Él no se le olvida que somos sus hijos. Aún antes de que fuésemos concebidos Él no sólo sabía nuestro nombre, sino que ya nos amaba entrañablemente. Dios quiere vernos libres de todas las esclavitudes, especialmente de la del pecado y de sus consecuencias. Para eso vino al mundo hecho uno de nosotros. Pero Él quiere continuar su obra en el mundo mediante su Iglesia, en la que ha infundido su Espíritu Santo. Quienes pertenecemos a ella debemos ser transmisores de la salvación y del Evangelio que el Señor nos ha confiado para hacerlo llegar hasta los últimos confines de la tierra.
* Evangelio: Comentario de San Agustín (354-430) obispo de Hipona (África del Norte) doctor de la Iglesia. Sermón para la natividad de San Juan Bautista, PL 38, pag. 1327-1328, sobre el silencio de Zacarías:
El nacimiento de Juan se encuentra con la incredulidad de su padre y éste se vuelve mudo; María cree en el nacimiento de Cristo y concibe por la fe. Como no somos capaces de escrutar las honduras de un misterio tan grande, por falta de tiempo o de capacidad, será el Espíritu en vuestro corazón que os hablará, incluso en mi ausencia; el Espíritu que ocupa vuestro pensamiento lleno de afecto, aquel que habéis acogido en vuestro corazón, del que vosotros sois templo santo.
Zacarías calla y pierde el habla hasta el nacimiento de Juan, precursor del Señor que le devuelve la palabra. Le es devuelta el habla a causa del nacimiento de aquel que es la voz, porque le preguntaron a Juan, cuando ya anunciaba al Señor: “Tú ¿quién eres?” El respondió: “Yo soy la voz del que clama en el desierto.” (Jn 1,22-23). La voz es Juan mientras que el Señor es la Palabra: “Al principio ya existía la Palabra.” (Jn 1,1).
Oración final:

Dios todopoderoso y eterno, te pedimos que tu Hijo, que se encarnó en las entrañas de la Virgen María y quiso vivir entre nosotros, nos haga partícipes de la abundancia de su misericordia. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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