31 diciembre 2016. Séptimo día de la Octava de Navidad – San Silvestre I – Puntos de oración

En este tiempo de Navidad nos dejamos iluminar por el gran regalo que Jesús Niño nos trae, que no es otro que la confianza en alcanzar, sin mérito alguno nuestro, la vida eterna.
Si este mayor regalo, que ninguno otro pueda soñarse mayor, lo recibimos gratuitamente de la sonrisa de un Niño, a través de la cual se nos ofrece la comunión con la vida de Dios, se nos está indicando el camino que debemos recorrer en esta vida temporal y pasajera.
Y el camino es: Alegrarse de recibir gratuitamente tantos bienes y dones… Acogerlos, reconocerlos y dar gracias… Ponerlos a disposición de Dios y de los hermanos…
Ante Jesús Niño, en presencia de su Madre y de San José, y del coro inmenso de los ángeles del cielo, y de la inmensa muchedumbre de todos los santos, que son como los pastores que reciben la noticia y glorifican al Dios en el cielo y en la tierra, repetimos el coloquio de los Ejercicios, con mucho afecto: 
¿Qué ha hecho Cristo por mí,
qué hace Cristo por mí,
qué quiere hacer por mí?
Todo lo sucedido y vivido en este año que acaba, todo lo que vendrá en el próximo año nuevo y en los siguientes hasta el fin de mi vida, está marcado por la presencia del dulce Niño de Belén y su promesa de vida en plenitud y santidad: Al fin, todo es gracia.
Vivir pendiente de la voluntad del Padre, reconocida, adorada y cumplida como gracia presente, en cada instante… Prepararse para acoger la mayor de las gracias, la vida eterna, cuando el Padre disponga. En definitiva, vivir como los tres de Belén, colgados de la providencia del Padre, en la fe y la confianza de que el amor de Dios está activo y no me abandona nunca, más bien, lo dispone todo para mi bien y crecimiento en santidad. Un amor que me espera, si se puede decir así, con ansiedad, con esperanza, para colmarme de su inmensa sobreabundancia.
Si alcanzamos en la oración el sentimiento interior de sabernos amados ahora gratuitamente, y esperados en el cielo con alegría y grandes deseos, entonces podremos continuar nuestro triple coloquio:
¿Qué he hecho por Cristo,
qué hago por Cristo,
qué debo hacer por Él?

Que la Virgen de Belén, con su humildad y ternura, y San José, con su servicialidad y asombro, nos introduzcan en el camino del agradecimiento y la apertura a la gracia de Dios, que inicia y cumple en cada uno de nosotros todo bien. Así superaremos el vértigo que provocan nuestras limitaciones y miserias y con ánimo interior renovado proseguiremos el camino de la santidad  en el año nuevo.

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