“Ven Espíritu Santo. Haznos dóciles a
tus inspiraciones” (No olvidar la oración preparatoria de Ejercicios
Espirituales)
- Nuestra relación con el Señor se hace auténtica, sincera y
duradera si nos presentamos ante Él con la humildad de los pobres del espíritu.
(“Que los humildes lo escuchen y se alegren”, “un pueblo pobre y humilde que
confiará en el Señor”).
- La humildad y la pobreza pasa por la
humillación de sentirse necesitado, que no voy sobrado. No es fustigarse, sino
saber que me salvo por la Misericordia de Dios. Saber que, si me presento al
Señor con mi pobreza, con mi debilidad, Él me acoge, me toma en sus brazos: “si
el afligido invoca al Señor, Él lo escucha”.
- La santidad, por tanto, no es algo
que yo me gano, sino que es Él quien me va purificando y santificando. El
pueblo se hace rebelde, machado y opresor precisamente cuando se enorgullece y
cree que se basta a sí mismo… mi acercamiento a Dios, mi santidad, es
proporcional a lo que confío y me abandono en Él.
Con estas ideas, ¿Qué hacer en este
rato? Plántate delante del Señor: confía en Él, confía en su venida al igual
que Él confía en que el hijo del Evangelio acudirá a la llamada de ir a la
viña. El Señor nos cita a trabajar con Él en su viña y no mira si somos más o
menos quejicas, más o menos remolones, quiere que vayamos a la cita. Y la cita
de hoy es, a fin de cuentas, dejarnos amar por Él, dejar que Él trabaje en
nosotros.
Repite, si te ayuda, con el corazón las oraciones de
la Misa (aquí te dejo un par de frases lapidarias…): “que los ruegos y ofrendas
de nuestra pobreza te conmueva Señor”, “por medio de tu Hijo nos has
transformado en nuevas criaturas, mira con amor esta obra de tus manos y, por
la venida de Cristo, límpianos de las huellas de nuestra antigua vida de
pecado”, “alimentados con la Eucaristía (…) danos sabiduría para sopesar los
bienes de la tierra amando intensamente los del Cielo”.
Feliz oración, feliz adviento, feliz
venida de nuestro Salvador.