Al comenzar nuestra oración seguimos la
recomendación que el mismo Jesús hizo a los apóstoles cuando le pidieron:
Maestro, enséñanos a orar. “Cuando oréis, decid: Padre
nuestro…” y así, muy despacio, saboreando cada una de las palabras
del padrenuestro nos vamos serenando y enfocando nuestra atención en la morada
interior donde habita Dios.
En la primera lectura, san Pablo nos
recuerda nuestra limitación para entender el plan de Dios para cada uno y para
toda la humanidad; y aún menos capacitados para merecer apuntarnos algo, como
realización nuestra. Pero esto no quiere decir que nos tengamos que cruzar de
brazos y estemos a verlas venir. Nuestras capacidades nos vienen de Dios, de su
parte lo recibimos todo. Por el bautismo hemos quedado unidos a Cristo como un
cuerpo está unido a su cabeza. Y de la cabeza le vienen al cuerpo sus
capacidades, su coordinación, su sentido. Un cuerpo sin cabeza no puede hacer
nada, tampoco nosotros sin Cristo. Pero ¿qué es lo que Cristo quiere que
hagamos, para qué nos ha capacitado? Nos ha capacitado para ser
ministros de una alianza nueva: no de código escrito, sino de espíritu; porque
la ley escrita mata, el Espíritu da vida. San Pablo se refiere a
nuestra misión como discípulos de Jesús. Una misión nueva, diferente a la del
Antiguo Testamento basada en la ley escrita sobre piedra por Moisés. Esa ley
antigua era resplandeciente, pero ahora ha quedado eclipsada por el resplandor
de Cristo, por la gloria de la Trinidad. En el evangelio de hoy Jesús dice: «No
creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir,
sino a dar plenitud.»
¡Qué misterio tan grande es que Dios
cuente con nosotros, que confíe en nosotros! Esto no se entiende con la pura
inteligencia, es necesario orarlo, pasarlo por el corazón. Somos vasijas de
barro que contienen a Dios, estamos consagrados a Dios y por ello podemos dar a
Dios. La oración es justamente para caer en la cuenta de este misterio y salir
a compartirlo con los demás, empezando por los más próximos, por lo de casa y
por los amigos. Para esta tarea no estamos desprovistos de fuerza y de energía,
tenemos el Espíritu Santo que nos da lo que necesitamos. Y también tenemos a la
Iglesia y más en concreto a nuestra comunidad, a nuestro grupo en el que
podemos apoyarnos.
Poco a poco nos vamos acercando a la
especial renovación de la consagración de España al Corazón de Jesús en su
primer centenario. Cada día podemos meternos más a fondo en este divino
Corazón, calar más en su inmenso amor incondicional hacia cada uno de nosotros.
El sentir de los puntos de esta oración
de hoy se puede resumir en las siguientes palabras de Abelardo de Armas:
“Tienes muy cerquita a la Madre Virgen.
Y el Corazón de Jesús vive dentro de ti. Él te ama muchísimo y por eso realiza
esas cosas en ti. Él es tu fuerza, tu vida, tu amor, tu gozo y tu apoyo en las
miserias que nunca nos faltan para que seamos humildes y no podamos atribuirnos
ningún mérito propio”.
“Abrazar las miserias y hacerse
pequeño supone intentar mantener a diario nuestro amor a los Corazones de Jesús
y María. No desentenderse por nada. Recordar cada día que el Corazón de Jesús
me amó y se entregó a la muerte por mí”.
“Y el Corazón de María ve en nosotros el
Dios que vive en unidad de inmenso amor, y nos sostiene junto a Él a pesar de
nuestras pequeñeces y miserias”.