Pedimos lo primero la asistencia del
Espíritu Santo. Hace poco que hemos celebrado su festividad. Le pedimos que
haga nuestro corazón semejante al de su Hijo. Hoy, todos los días en la oración
podemos decir con la primera lectura, es el día de la salvación. Su gracia se
derrama continuamente sobre sus hijos. Él sólo nos pide que se lo pidamos, que
no es otra cosa que nos sintamos sus hijos, que le tengamos como padre. Qué
cosa tan sencilla podemos decir, pero a la hora de la práctica de la vivencia
de la fraternidad, de las relaciones íntimas cotidianas, esta realidad se
difumina de nuestra memoria. Cuánto nos cuesta perdonar. Lo posponemos, no lo
queremos ni recordar. Echamos en saco roto la gracia de Dios. ¿Damos motivo de
escándalo?
Este mes del corazón de Jesús tendría
que darnos pie a contemplar su corazón herido por nuestros pecados, a darnos
cuenta hasta donde se abaja el amor. Porque yo cuando tengo que perdonar, mi
corazón es de piedra. Me doy cuenta de que su amor se desborda, no solo pone de
nuevo la mejilla, da otra capa más... No. Muere en la cruz, se deja atravesar
el corazón. Señor, qué lejos estoy, no podrás hacer el milagro.
Necesitamos pedir el milagro, no sólo
por nosotros, sino porque el mundo necesita ver otros Cristos, necesita de
testigos. A veces pienso que la mediocridad se va instalando en los cristianos
y no atraemos. El cristianismo que proponemos no seduce. Quizás, ¿será este el
escándalo que no podemos dar?
El Señor ha dado a conocer su victoria a
todos los confines de la Tierra, ¿Y tú?