Las lecturas del día de hoy nos invitan
a vivir desbordando amor según la caridad cristiana. Acabamos de vivir la
Pascua, el paso del Señor, un tiempo para llenarnos de la gracia de modo que
nuestra vida supure por los cuatro costados el amor de Dios. Y las lecturas del
día de hoy nos invitan precisamente a eso, a continuar viviendo el gozo de la
Pascua que es fe creciente, esperanza cierta, alegría desbordante, par
imperturbable, AMOR ARDIENTE. Esa es la alegría verdadera de la Pascua y la
alegría verdadera de la vida humana.
Pero ninguna fuente rezuma sin un
manantial que la surta. Y nuestro manantial es la oración. Así que llegamos a
este momento a sumergirnos en la vida trinitaria para que su amor esté en
nosotros. Cristo hoy nos habla en el Evangelio directamente contándonos como es
ese amor de Dios: “Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os
aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian. Así seréis hijos de
vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y
buenos”. Esta es la alegría del Padre, su derroche de amor. Lo mismo que Él
vive fuera de sí en un canto eterno de su amor, quiere que nosotros vivamos
también en esa despreocupación que llena el mundo de belleza sin medir cómo
será acogida. Contemplemos esa alegría del Padre, sumerjámonos en su corazón
que hoy Jesús nos abre para nosotros. Descansemos en él sabiendo que él es nuestra
fortaleza, nuestra seguridad.
Y pidámosle la gracia que, como nos
cuenta san Pablo, concedió a las Iglesias de Macedonia: la generosidad de los
hijos de Dios, que no sólo dieron limosna, sino que con ella se dieron a sí
mismos. Nuestro pobre corazón encogido muchas veces tiembla ante la perspectiva
de tener que vivir así. Nos da miedo, tememos el sacrificio, la renuncia y la
pobreza. Hoy el Señor nos recuerda que estamos confundidos. Que cuando la
caridad cristiana se vive desde el corazón de Dios solo hay sitio en nuestras
vidas para la alegría. La alegría y despreocupación de quién está en manos de
Dios, de quien nada puede temer porque no tiene nada más que florecer
alegremente por puramente en amor de Dios.