Hacemos un primer esfuerzo por sentir la
presencia de Dios a nuestro lado y que nos encontramos delante de toda la corte
celestial. La Madre de Dios nos mira con amor.
Son muchos los motivos para alegrarnos
en este día: Mañana es la fiesta de Pentecostés. Se acaban los días de la
Pascua. Estamos celebrando el mes del Corazón de Jesús. También celebramos el
centenario de la consagración de España al mismo Corazón de Jesús y además es
sábado, un día especialmente dedicado a la Virgen.
Sin lugar a duda lo más importante es
vivir este tiempo de preparación para la fiesta de Pentecostés: Jesús nos pide
a sus discípulos que nos encerremos esperando la pronta venida del Señor; y los
discípulos, junto con María, se quedaron en Jerusalén se quedaron esperando:
vivir en cenáculo esta preparación es lo más importante que podemos hacer.
Nos encontramos ya a un día del domingo
de pentecostés, a punto de recibir la gracia del espíritu santo. De igual
manera que el agua viva emanada de Jesús, la llegada el espíritu santo calma
nuestra sed, nos vuelve a ofrecer frescor en cada pensamiento y hace perdurar
aun con más fuerza nuestra fe cristiana.
Con este mensaje, Jesús nos muestra la
importancia de recibir el espíritu santo, algo vital en nuestra vida, como esa
agua sin la cual no sería posible continuar el camino.
Nuestra convicción cristiana por tanto
necesita de constante renovación, constante reafirmación en el amor a
cristo. Es por esto la importancia del día de pentecostés, pues refleja
el momento del fortalecimiento en la fe, tras muchos periodos de sed y flaqueza.
Todo el Amor que podemos sentir en el
Sagrado Corazón de Jesús se encuentra en el Espíritu Santo. El Espíritu es el
que da la fuerza, la vida, el Amor, …
Por eso nuestra petición, nuestro grito
en este día debe ser:
Ven,
Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo,
Padre amoroso del pobre;
Don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno.
manda tu luz desde el cielo,
Padre amoroso del pobre;
Don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno.