Que todas mis acciones, intenciones y
operaciones, sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de su Divina
Majestad.
Hoy la propuesta de los puntos de
oración es un texto de Abelardo. Dios suscita en la Iglesia carismas para dar
respuesta a necesidades de redención concretas de nuestro mundo. La Cruzada de
Santa María tiene una misión, ha sido suscitada, no por un grupo de hombres,
sino por el Espíritu Santo mismo, para decir una palabra, para hacer presente
la Palabra en este mundo, de una forma concreta.
Como miembros del Movimiento de Santa
María, cada uno de nosotros, desde nuestra vocación personal concreta, tenemos
una misión que cumplir, hay una llamada a profundizar y encarnar aquello que
después debemos transmitir.
Por tanto, la invitación es: zambúllete
en el texto de Abelardo en este rato de oración, pide
la gracia de vivirlo, para transmitirlo a otros muchos.
“SI NOS OS
HACÉIS COMO NIÑOS” (Mt 18, 3) [VII jueves
de Pascua]
Confianza,
confianza, que alcanzas todo cuanto te propones.
Un cenáculo
para encerrarnos con la Virgen, a imitación de nuestros primeros hermanos.
Apretados todos juntos en el Corazón de María para que nazca la Iglesia. Una
fuerza centrípeta que nos impulsa hacia la Virgen para que estalle en una
fuerza centrífuga que nos lleve a todos los rincones de la Tierra.
“Os separaré
de entre todas las gentes, os reuniré de entre todas las naciones, os
purificaré con agua pura; cambiaré vuestro corazón de piedra en un corazón de
carne, para que caminéis según mis normas”.
¿Dónde está la
dificultad con respecto a la fortaleza que nos ha sido concedida por el
Espíritu Santo que nos dado el Padre, al entregarnos Jesús el Prometido, el
Paráclito, al no dejarnos huérfanos, al decirnos “os conviene que Yo me vaya”?
Pentecostés
fue un fenómeno que se dio a los comienzos de la Iglesia. Pero si Dios es
inmutable en sus dones, lo ha concedido hasta el último día de los tiempos. “El
Espíritu Santo nos ha sido dado, -dice san Juan-, en el Bautismo”.
Si después se nos ha concedido a plenitud en la Confirmación, ¿por qué no
actuamos y vivimos entonces con la plenitud de esos siete sagrados dones que
nos han sido dados? Contristamos al Espíritu Santo como nos indica san Pablo:
“No entristezcáis al Espíritu Santo”. ¿Por qué sucede esto? ¡Ah! Necesitamos
que Jesús nos vacíe de nosotros mismos. Un alma no se agarra a la confianza
total y absoluta en Dios, -a esa confianza audaz, sin límites-, hasta que no
queda desposeída totalmente de sí misma. Por ello, ha de acudir forzosamente a
Él. Es la infancia espiritual. El P. Philipon ha escrito un bellísimo libro
sobre los dones del Espíritu Santo en Santa Teresita. Los santos, todos, son
una exteriorización de los dones del Espíritu Santo. Y Santa Teresita ha traído
una nueva espiritualidad en los últimos tiempos con la infancia espiritual.
¿Qué es la
infancia espiritual? Responde así el Papa Pío XI en la bula de canonización de
la santa; “Es hacer por virtud lo que el niño hace por instinto”. El niño por
instinto se abandona plenamente en sus padres. Cuando ya uno ni siquiera se
siente capaz de ejercitar ninguna virtud, entonces, ¿qué hará? Pues hacer por
miseria lo que el niño hace por instinto. Porque en definitiva un niño no es
otra cosa sino una naturaleza humana, creada por Dios, en el abandono total y
absoluto de sus fuerzas. ¿Qué puede un niño? Nada. En el seno de su madre,
dependencia total y absoluta, aunque es persona distinta y está siendo él el
que regula el embarazo. Nace, y sigue teniendo una dependencia total y absoluta
de la madre. Si no le viste, muere de frío; si no le dan alimentos, muere de
inanición. Necesita todo. Es la miseria humana. Por eso el niño hace por
instinto lo que en la infancia espiritual haríamos los adultos por virtud.
Cuando no
somos capaces ni siquiera de tener esa virtud, ¡vuelve a ser más niño todavía!
Refúgiate en tu incapacidad de niño, en tu miseria de niño. ¡Si a todas las
cosas fuésemos con la confianza plena y absoluta en nuestra nada, y por lo
tanto vacíos totalmente de nosotros mismos! Los que vivimos a veinte siglos de
distancia, ¿no podemos enamorarnos de Jesús por su palabra y por su presencia?
A nosotros se nos conceden dones especialísimos para obtener en la fe lo que
ellos pudieron obtener en la visión de lo natural. Por eso Juan Pablo II dirá
que los Ejercicios Espirituales son una experiencia semejante a la de los
apóstoles; es decir, un encuentro con Alguien de quien ya no se puede
prescindir jamás.
Terminar la oración con un coloquio con
ese Señor que hoy se acerca y quiere hacer todas las cosas nuevas en nosotros,
sin cambiarlas, sin forzarlas, sin violentarnos… El amor no trata de cambiar
las cosas. El amor las transforma, dejándolas igual aparentemente, pero las
cambia desde dentro… Confiemos en que Dios puede hacerlo en nosotros… Contamos
con la Madre Buena para conseguirlo.
NOTA: más textos de Abe para la Pascua
en: