Empezamos la oración ofreciendo al Señor
nuestras intenciones, acciones y operaciones para que sean puramente ordenadas
para servicio y alabanza de Su divina majestad.
Hoy martes 4 de junio, las lecturas que
nos ofrece la Liturgia del día se relacionan de manera especial y nos
transmiten experiencias humanas significativas de considerar. Nos hablan de
despedida y del gran afecto y cariño que se puede desencadenar entre los
hermanos en la fe. Una amistad cimentada en Dios experimenta el amor
verdadero, que exige siempre perder para ganar, dar la vida para tenerla en
abundancia. Nos hablan también de sentimientos encontrados, tristeza y
alegría. Tristeza por la ausencia, alegría por lo que vendrá. El gozo
verdadero exige normalmente una renuncia importante que supone pasar momentos
de tribulación. ¿Soy consciente de esto? ¿Espero alegría sin sacrificio?
“… sólo sé que el Espíritu Santo, de
ciudad en ciudad, me asegura que me aguardan cárceles y luchas. Pero a mí no me
importa la vida; lo que me importa es completar mi carrera…” En el discurso de despedida entrañable que
dirige a los presbiterios de Éfeso, Pablo se desborda en afecto y manifiesta lo
más íntimo de su corazón. Y no se ahorra tampoco poner de manifiesto por
lo que tiene que pasar para que se cumpla el plan de Dios en él: penas,
pruebas, luchas, cárceles…. para completar la carrera, para que el Hijo de
Dios sea glorificado en él.
La despedida de Jesús a sus discípulos
que hemos leído en el Evangelio nos mete de lleno en estos días preciosos de
transición entre la Ascensión y la venida del Espíritu Santo en
Pentecostés “… Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: «Padre, ha
llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique y, por el
poder que tú le has dado sobre toda carne, dé la vida eterna a los que le
confiaste…” Y Su glorificación pasó por Su muerte en cruz. Morir para
dar Vida con Su Resurrección. La Ascensión del Señor significó para los
apóstoles una tristeza grande por la ausencia del Maestro, pero pronto esa
tristeza se transformaría en gozo. Para eso fue necesario permanecer junto
a María en oración en el Cenáculo. Que sea también esta nuestra actitud en
estos días y que le digamos “Madre, arráncame de la tierra, arrástrame
hasta el cielo”.
Finalmente, el salmo de hoy nos ayuda a
rezar en los momentos difíciles. “Bendito el Señor cada día, Dios lleva
nuestras cargas, es nuestra salvación. Nuestro Dios es un Dios que salva, el
Señor Dios nos hace escapar de la muerte”. Momentos como los que tuvieron
que pasar El Señor Jesús y San Pablo, antes de entrar en la gloria. Que lo
repitamos muchas veces, si nos sentimos cansados, agobiados, preocupados.
Podría ser una buena ayuda.