Lectura del libro de Isaías (6, 1-4.8)
En el año de la muerte del rey Ozías, vi
al Señor sentado sobre un trono alto y excelso: la orla de su manto llenaba el
templo. Junto al él estaban los serafines, cada uno con seis alas: con dos alas
se cubrían el rostro, con dos el cuerpo, con dos volaban, y se gritaban uno a
otro diciendo: «¡Santo, santo, santo es el Señor del universo, llena está la
tierra de su gloria!». Temblaban las jambas y los umbrales al clamor de su voz,
y el templo estaba lleno de humo. Entones escuché la voz del Señor, que decía:
«¿A quién enviaré? ¿Y irá por nosotros?». Contesté: «Aquí estoy, mándame».
Salmo responsorial
(Sal 22, 2-3. 5. 6)
R. El Señor es mi pastor, nada me falta.
R. El Señor es mi pastor, nada me falta.
En verdes praderas me hace recostar; me
conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas; me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre. R.
y repara mis fuerzas; me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre. R.
Preparas una mesa ante mí, enfrente de
mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa. R.
me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa. R.
Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor por años sin término. R.
y habitaré en la casa del Señor por años sin término. R.
Lectura del santo evangelio según san Juan
(17, 1-2.9. 14-26)
En aquel tiempo, Jesús, levantando los
ojos al cielo, dijo: «Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que
tu Hijo te glorifique a ti y, por el poder que tú has dado sobre toda la carne,
dé la vida eterna a todos los que le ha dado. Te ruego por ellos; no ruego por
el mundo, sino por estos que tú me diste, porque son tuyos. Yo les he dado tu
palabra, y el mundo los ha odiado porque son del mundo, como tampoco yo soy del
mundo. No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del maligno. No
son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos en la verdad: tu
palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los envío también al
mundo. Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean
santificados en la verdad. No solo por ellos ruego, sino también por los que
crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre,
en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo
crea que tú me has enviado. Yo le he dado la gloria que tú me diste, para que
sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos, y tú en mí, para que sean
completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has enviado y que los
has amado a ellos como me has amado a mí. Padre, este es mi deseo: que los que
me has dado estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi gloria, la que me
diste, porque me amabas, antes de la fundación del mundo. Padre justo, si el
mundo no te ha conocido, yo te he conocido, y estos han conocido que tú me
enviaste. Les de dado a conocer y les daré a conocer tu nombre, para que el
amor que me tenías esté en ellos, y yo en ellos».