Voy a seguir en estos puntos algunas de
las ideas que vuelca el padre Tomás Morales en Las Semblanzas sobre
la Ascensión del Señor. Qué mejor que dejarnos acompañar por sus pensamientos
para meditar, orar y agradecer en este día donde el Señor nos regala una gracia
extraordinaria.
Comienza el padre Morales su comentario
a la Ascensión diciendo:
Salí del Padre y vine al mundo. De nuevo
abandono el mundo y voy al Padre", había dicho Jesús (Jn 16,28).
El amor le impulsa a saltar del Padre al mundo para salvarlo. Ese mismo amor le
lleva a introducirle en el cielo. Pero ya no sube solo... Va
acompañado de todos los redimidos. Se salvan gracias a su Redención. Arrastra
consigo "cautiva" a la humanidad libertada por Él.
La Ascensión cierra así el círculo de
amor abierto con la Encarnación. Nos mete a todos en el cielo. Es plenitud y
remate de toda la vida de Jesús. El broche de oro que cierra el itinerario
recorrido por el Hijo de Dios para salvarnos.
Tras situarnos en la fiesta que
celebramos, el “padre” llena de humanidad y delicadeza el relato:
Primeras horas de la tarde. Jesús come
por última vez con sus discípulos... Una consigna postrera. "Permaneced
quietos en la ciudad hasta que seáis revestidos de la fortaleza de lo alto, el
Espíritu Santo..." Abandonan el Cenáculo. Se trasladan desde Jerusalén a
las alturas del monte de los Olivos. El triunfo de la Ascensión se realizará en
el mismo escenario en que tuvo lugar la agonía trágica de Getsemaní.
Apóstoles y discípulos con María rodean
a Jesús a punto de partir. Efusión íntima de corazones... Es la Iglesia
naciente. El granito de mostaza que empezará a multiplicarse al soplo del
Espíritu Santo, diez días después. La más pequeña de todas las semillas se hará
árbol gigantesco. A su sombra vendrán a cobijarse las aves del cielo. Multitud
de almas que a lo largo de los siglos llegarán a salvarse.
Nos apretujamos con aquellos primeros
discípulos. Así presenciaremos mejor el espectáculo... Con sencillez y cariño,
Jesús habla con cada uno... Primero, con los apóstoles... Se acerca a Pedro.
"¿Me amas más que éstos?", le pregunta. Lágrimas de gratitud humilde.
Adiestrado por infidelidades y fracasos, le responde: "Tú ya sabes, Señor,
que te amo". Y Jesús, con mirada tierna y silenciosa de despedida, le
dice: "Apacienta Mis ovejas"... Ahora es Juan quien está al lado de
Cristo. Permite de nuevo al discípulo amado reclinar la cabeza junto a Su
pecho, percibir los latidos de Su Corazón adorable... Al separarse, para
consolarle, le dice: "No quedas solo y abandonado". Y le recuerda las
palabras inefables escuchadas al pie de la Cruz cuarenta días antes. "Ahí tienes
a tu Madre". Juan, agradecido y emocionado, Le mira de nuevo con más
cariño que nunca...
Llega el turno a Tomás. "Ven, le
dice Jesús. Trae tu mano y métela en Mi costado..." Pero si ya creo,
protesta el apóstol. Ven, no importa, dice el Maestro. Mete tu mano y mira Mis
manos en que resplandecen aún cicatrices gloriosas.
La tarde va declinando. Jesús prodiga
efusiones, últimos adioses. A cada uno dice lo suyo, pero de una manera tan
conmovedora, que nos emociona a todos...
La Virgen se ha quedado la última. Su
humildad y sencillez no le han permitido anticiparse a nadie. Silencio
enternecedor... Se contemplan por última vez en la tierra Hijo y Madre. Con la
mirada, María pide a Jesús que se la lleve con Él... Jesús mira a Juan. La
Virgen comprende. "Ahí está mi hijo". Jesús le dice: "La Iglesia
es todavía niña. No puede quedarse también sin Madre. Te necesita. Cuando haya
crecido, vendré a buscarte".
María junta sus manos, inclina su
cabeza. Como el día de la Anunciación, acepta, se ofrece: "Aquí la esclava...
Hágase..." Y ahora la Virgen nos acerca a Jesús. Quiere que sobre cada uno
caigan también adioses emocionantes de despedida que nos arranquen de la tierra
y nos arrastren al cielo. María llora de emoción y alegría al ver a sus hijos
tan cerquita de Jesús, despegando con Él de la tierra...
Es el momento de pedirle a la Madre
tener, desde su Corazón Inmaculado, sus mismos sentimientos en ese momento tan
especial, muy cerca de Cristo que sube a los cielos, porque Jesús
asciende:
"Los sacó hasta llegar junto a
Betania, y alzando Sus manos los bendijo. Mientras los bendecía, se desprendió
de ellos y era llevado en alto al cielo..." (Lc 24,50–51).
La Virgen y los apóstoles contemplan y
miran llenos de emoción... Unidos con ellos, al lado de María, gocémonos en el
triunfo de Jesús. Al verle glorioso elevándose al cielo, se encendería más y
más en Ella el amor a las almas. Ahora sí creerían que Él es la Resurrección y
la Vida. Despreciarían como baladíes las cosas de la tierra. Con la fe se
dilataría pujante la esperanza en sus corazones. Comprendían que la Ascensión
de Jesús era anticipo de la propia.
Y terminemos pidiendo a María que ponga
esos sentimientos en nuestros corazones, que los haga dilatarse para vivir con
alegría el tiempo que nos toca. Una Campaña de la Visitación apasionante, un
mes de junio muy cerquita del Corazón de Jesús, que vive y nos acompaña en cada
momento de nuestra vida.