30 junio 2019. Domingo XIII del Tiempo Ordinario (Ciclo C) – Puntos de oración

Las lecturas de hoy son ricas. Te resumo las dos primeras y me quedo con el Evangelio.

1ª lectura: el Señor llama, cuando quiere y como quiere.

2ª lectura: la libertad en Cristo. Me quedo con la frase: toda la Ley se cumple en una sola frase, que es: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo».

Evangelio: Sobre todo te invito a meditar la parte final. Las condiciones del seguimiento de Jesús. No anteponer nada a Cristo.

Tres discípulos se acercan a Cristo con deseo de seguirle. Y Jesús acepta su oferta pero les pone ante la realidad de su seguimiento.

Al primero le dice que no hallará morada permanente ni reposo en este mundo. Que seguir a Cristo es estar siempre en camino, hasta que lleguemos a la morada del Padre.

Al segundo le antepone el seguimiento a la misma familia. No hay que eliminar ni edulcorar esta palabra evangélica. Hay que rezar despacio y con sabiduría y pedir al Señor que nos ilumine su palabra.

Al tercero le confronta con la sinceridad de su decisión libre. ¿De verdad has optado por Cristo? Si es así debes asumir todas las consecuencias.

Esta es la radicalidad del seguimiento.

San Juan Pablo II hablo de esto en una catequesis del 28 de octubre de 1987. Comenta el Papa que la llamada al seguimiento es algo muy serio, pero lo más importante es Quién hace esa llamada. No te quedes solo en la llamada, quédate en Jesús. A eso te invito en este rato de oración, con algunos fragmentos de la catequesis del Papa:

Jesús llama a seguirle personalmente. Podemos decir que esta llamada está en el centro mismo del Evangelio.

Pensemos en todas las llamadas de las que nos han dejado noticia los Evangelistas: “Un discípulo le dijo: Señor, permíteme ir primero a sepultar a mi padre; pero Jesús le respondió: Sígueme y deja a los muertos sepultar a sus muertos” (Mt 8, 21-22): forma drástica de decir: déjalo todo inmediatamente por Mí. Esta es la redacción de Mateo. Lucas añade la connotación apostólica de esta vocación: “Tú vete y anuncia el reino de Dios” (Lc 9, 60). En otra ocasión, al pasar junto a la mesa de los impuestos, dijo y casi impuso a Mateo, quien nos atestigua el hecho: “Sígueme. Y él, levantándose lo siguió” (Mt 9, 9; cf. Mc 2, 13-14).

Seguir a Jesús significa muchas veces no sólo dejar las ocupaciones y romper los lazos que hay en el mundo, sino también distanciarse de la agitación en que se encuentra e incluso dar los propios bienes a los pobres. No todos son capaces de hacer ese desgarrón radical: no lo fue el joven rico, a pesar de que desde niño había observado la ley y quizá había buscado seriamente un camino de perfección, pero “al oír esto (es decir, la invitación de Jesús), se fue triste, porque tenía muchos bienes” (Mt 19, 22; Mc 10, 22).

Dejando a un lado de momento el lenguaje figurado que usa Jesús, nos preguntamos: ¿Quién es ese que pide que lo sigan y que promete a quien lo haga darle muchos premios y hasta “la vida eterna”? ¿Puede un simple Hijo del hombre prometer tanto, y ser creído y seguido, y tener tanto atractivo no sólo para aquellos discípulos felices, sino para millares y millones de hombres en todos los siglos?

¿Quién es éste que llama con autoridad a seguirlo, predice odio, insultos y persecuciones de todo género (cf. Lc 6, 22), y promete “recompensa en los cielos”? Sólo un Hijo del hombre que tenía la conciencia de ser Hijo de Dios podía hablar así. En este sentido lo entendieron los Apóstoles y los discípulos, que nos transmitieron su revelación y su mensaje. En este sentido queremos entenderlo nosotros también, diciéndole de nuevo con el Apóstol Tomás: “Señor mío y Dios mío”.

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